Si algo caracteriza al escritor Iván Repila es su pasión por las letras, su dedicación a la hora de crear una literatura depurada y cuidada. Y en su libro El jardín del diablo, del que podemos extraer enseñanzas en forma de moraleja, nos ha vuelto a contagiar ese mismo amor por el arte de escribir.
En esta nueva historia vuelve a notarse la frescura con la que escribe, de una forma diferente a la que estamos acostumbrados en los últimos tiempos.
Bueno, es verdad que tiendo, en general en toda mi obra, hacia la prosa poética; y en este caso en concreto, como también sucedió con El niño que robó el caballo de Atila, son obras que se acercan al tono de la fábula, casi casi de la literatura oral, que era lo que yo buscaba. Tenía mis razones además para hacerlo, y sí que puede ser un poco diferente del hiperrealismo en el que habitualmente nos movemos. Estamos en tiempos de realismo crudo, o de autoficción, y creo que yo escribo desde una ficción muy pura, casi rozando la literatura juvenil en algunos momentos.
Estamos acostumbrados a la ficción más distópica, pero usted le aporta ese halo de optimismo a una historia que, de por sí, es bastante cruda y bastante pesimista.
He intentado hacer un libro luminoso, esperanzador y optimista, porque yo soy una persona optimista en mi vida personal (risas). No siempre lo consigo, también tengo mis días malos, pero sí que creo que en todas las narrativas la distopía está a la orden del día, y creo que he vivido un proceso de agotamiento de tanta distopía, sobre todo en los últimos 5 años, desde la pandemia hasta aquí, creo que el mundo se ha vuelto un lugar cada vez más distópico. De hecho, muchas de las distopías clásicas narrativas del siglo pasado se han hecho realidad. Creo que he vivido un proceso de gota que colma el vaso en el que me he aburrido de leer distopías y de vivir en una, y mi aportación es rebelarme contra eso, intentar construir algo parecido a una utopía, en este caso una utopía ecologista.
En el libro vuelca además varias preocupaciones, como el problema de la vivienda o el cambio climático.
Es que yo tengo muchas preocupaciones porque tengo una hija pequeña. Aparte de que ya tenía preocupaciones de serie, claro, cuando yo traigo una hija al mundo me convierto en un cliché, en el padre que se pregunta: “Dios, ¿por qué he traído una hija a este mundo, si las previsiones dicen que dentro de 50 años nos vamos a morir de frío, de calor, de sed o de hambre?
No es muy halagüeño.
No lo es, y además eso son las predicciones optimistas. Cómo se me ocurre traer una hija, qué mundo le voy a dejar. Claro, digo que es un cliché, pero son cosas que pienso, que he pensado durante mucho tiempo escribiendo esta novela, y esas preocupaciones las he volcado y he intentado darle la vuelta. Bueno, vale. Esto nos preocupa, pero ¿podemos imaginar escenarios mejores?
"He pensado durante mucho tiempo escribiendo esta novela"
¿Cree que en este mundo en el que vivimos las fábulas, las historias con moraleja, con una enseñanza final, son más necesarias que nunca?
No sé si esto tiene moraleja o enseñanza final. Desde luego, es una fábula, y yo creo que sintoniza mucho con esos cuentos infantiles que leíamos en otras generaciones, me parece, o que nos leían nuestros padres de niños. Y sí que el ejercicio de imaginación que supone el mundo fabulístico creo que es una de las propuestas que yo hago en el libro porque creo que si podemos imaginarnos escenarios mejores igual algún día podemos inventarlos y construirlos. Una cosa va de la mano de la otra.
Esta es una historia que un padre le cuenta a su hija. ¿Cree que se convertirá en una historia que los padres contarán a sus hijos?
Igual no con los mismos mimbres, pero ojalá. Ojalá que los padres les cuenten a los hijos historias llenas de esperanza. Y, sobre todo, ojalá sean historias, como en este libro, ancladas en el ámbito de una imaginación exuberante. Una vez me decía una periodista, que también tiene una hija pequeña, que los cuentos que hoy en día le leía a su hija eran todos muy realistas. Ya no encontramos La historia interminable. Ahora ves Peppa Pig y, aparte de que son animalitos, son niños que van al colegio, de vacaciones se van a Italia y poco más. Y empezamos a listar dibujos o cuentos contemporáneos, con excepciones, a los que acceden nuestros hijos y los comparábamos con lo que igual nosotros veíamos o leíamos, y hoy en día tengo la impresión de que el mundo narrativo infantil es mucho más hiperrealista de lo que era el nuestro, y tal vez ese hiperrealismo está reduciendo el imaginario infantil, como solicita el sistema capitalista, claro.
En este mundo en el que hablamos de cambio climático, contaminación, especies en peligro de extinción... ¿siente que la creatividad también lo está?
Buena pregunta. Ojalá que no. Soy una persona optimista, así que diría que no, pero sí que creo que cada vez nos cuesta más imaginarnos cosas, y yo creo que parte de la construcción de escenarios nuevos y mejores, y nuevas formas de convivencia, respeto y cuidados tienen que empezar por imaginarlas. Si no las imaginamos no las podremos construir. Entonces, no sé si la creatividad está en peligro, pero esperemos que no.