an transcurrido ya ochenta y nueve años desde la proclamación, el 14 de abril de 1931, de la Segunda República española, el primer régimen político democrático establecido en el Estado español. Primera experiencia democrática que fue exterminada por las élites sociales, católicas y económicas españolas mediante un golpe militar que desembocó en una guerra civil en la que esas élites golpistas asesinaron a cientos de miles de demócratas; una guerra que dejó diezmada y empobrecida a la población, confinada dentro de las fronteras de un Estado fascista y cautiva del yugo del nacional catolicismo durante treinta y nueve años, ocho meses y diecinueve días de dictadura franquista.

Tras la dictadura llegó una transición con luces y sombras, luces como la recuperación del pluralismo político y sombras como la tutela que los poderes del Estado franquista no depurado, empezando por el ejército y siguiendo por la oligarquía económica, ejercían sobre la naciente democracia. Y con la transición, sin que se dejara opinar y decidir al pueblo, llegó la restauración borbónica, la monarquía, que dura cuarenta y cinco años ya, demasiados años para que en una democracia la ciudadanía siga sin poder decidir sobre ella.

¿Por qué y para qué un rey o una reina?, y ¿para qué sirve esta monarquía?, ¿qué aporta y que ganamos con que la jefatura del Estado se resuelva por herencia de sangre?

Teóricamente un rey o reina no ejerce ninguno de los poderes que concretó Montesquieu en el siglo XVII, el poder legislativo corresponde al Congreso de los Diputados y Senado, el poder ejecutivo al Gobierno y el judicial a los tribunales. Por lo tanto diríamos que su función es nula, pero, evidentemente, los borbones a algo y a algunos han servido durante todos estos años.

Empezando por servirse a sí mismos y, presuntamente, echando mano para ello de la más obscena corrupción; los presuntos casos de comisionismo borbónico que afectan al rey emérito son un escándalo en España y en el mundo. Presunta corrupción que, además, ya ha afectado al actual rey aunque éste se haya apresurado a proclamar que renuncia a la herencia de su padre.

Pero la monarquía estos 45 años seguramente ha servido para algunas cosas más, ha servido también para mantener bien engrasados y representados los poderes fácticos y oligárquicos heredados de nuestro modelo de transición; heredados de un Estado franquista no depurado en su momento, que tutelaron el proceso democrático español y que continúan muy presentes a día de hoy. Por eso, en España la República es una urgencia ética y democrática.

"Rex regnat et non gubernat", le decía en el siglo XVI Jan Zamoyski al rey Segismundo III, es decir, limítese usted a ser rey sin inmiscuirse en asuntos de Estado. Más de 300 años después, Afolphe Thiers, presidente de la III República francesa escribía a las puertas de la Revolución de julio, "Le roi n'administre pas, ne gouverne pas, il règne". Muchos más años después, en la monarquía española el rey es un jefe de estado que teóricamente no gobierna y sin embargo reina. La experiencia de estos 45 años demuestra que reina para servirse a sí mismo y a determinados poderes fácticos y oligarquías.

En estos momentos en que nos enfrentamos a la pandemia del coronavirus, que ha azotado a la salud de la ciudanía y a todas las estructuras del país, estas preguntas y repuestas recobran un sentido más contundente, más claro, más concreto. La monarquía no sirve al pueblo ni a la democracia.

Reivindicamos, una vez más, un año más, la Tercera República española. No se trata de un deseo nostálgico de un tiempo pasado que nos fue robado e idealizado, se trata de devolver todo el poder al pueblo para que decidamos y construyamos nuestro futuro, sin espacios de impunidad ni tutelas antidemocráticas.

La corona no nos sirve. Los mercados y las recetas de los amos del capital tampoco. Es la defensa de lo común, lo que es de todos y de todas, es lo público, son las clases trabajadoras, la ciudadanía la que sirve, son ellos quienes ahora mismo están venciendo la tremenda crisis sanitaria que sufrimos.

Ni dioses ni reyes ni tribunos.

Este 14 de abril recordamos a los miles de hombres y mujeres que fueron asesinados y asesinadas, que sufrieron persecución, encarcelamiento, torturas y vejaciones durante la Guerra Civil y la dictadura franquista. Este 14 de abril reclamamos la devolución de todo el poder al pueblo, reclamamos la III República.

Reivindicamos otro modelo político y social lejos de los dictados de los mercados y el recetario de un fracasado neoliberalismo que carga los costes de sus desmanes y beneficios a las clases populares y trabajadoras, empobreciendo a la población, precarizando y destrozando empleo y servicios públicos.

Reclamamos una sociedad de futuro en igualdad, de derechos y libertades, la recuperación de los logros conseguidos por la lucha continua de quienes aspiraron y aspiran a construir un mundo y un país más justo que dignifique a las personas todos los días. Los derechos de ciudadanía, el derecho al trabajo y una vida digna, al disfrute de los bienes comunes, de los recursos naturales, el derecho a la paz, a un medio ambiente cuidado y conservado, el derecho a una sociedad con igualdad real e irreversible entre hombres y mujeres.

Salud y República, a por la III.

Coordinadora y excoordinador de IUN-NEB, respectivamente