o de este juevintxo en Pamplona tiene un nombre: vergonzoso. Las mascarillas eran de quita y pon, las distancias no las guardaba ni el Tato y el botellón siguió en todo lo alto. Y eso que ayer entraban en vigor las nuevas sanciones de 300 euros por uso indebido de los tapabocas y de 600 por trincar en la vía pública, que no les pase nada a los progenitores cuyos hijos insolventes no entren en razón pues van a tener que apoquinar la multa. Uno ya no sabe qué pensar ni qué más decir, pero a esa mara insolidaria hay que dejarle bien claro que está faltando a la memoria de todas las personas fallecidas con o por covid, con una ingratitud absoluta con el ingente esfuerzo pasado, presente y futuro del personal sanitario. Esa caterva de mostrencos también debe interiorizar de una vez que representa una amenaza letal para nuestros mayores, a lo que añadir el perjuicio que le está causando al sector de la hostelería por contribuir a la estigmatización de la noche, así en general. A la espera de que las denuncias hagan mella, porque aquí sólo parece valer el palo y a veces ni aún así, debe afinarse en cómo comunicar a ciertos colectivos la gravedad de la situación, con mensajes duros vehiculizados a través de sus fuentes de información en redes sociales. Ojalá hubiera una vacuna contra el virus de la irresponsabilidad.
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