s fácil reírse de la Victoria Abril que daba alas a las teorías conspirativas y carta de naturaleza a las fake news más increíbles sobre las vacunas. También fue fácil hacerlo del Miguel Bosé que alertaba de lo del chip, el 5G y la covid-19. Se equivocan ambos, claro, y tantos otros que tales conspiranoias han venido sosteniendo. Pero hay otros matices importantes: para empezar deberíamos darnos cuenta de que cuando una persona famosa opina algo simplemente está multiplicando el efecto difusor de eso que opina, independientemente de que sea cierto o falso, un pensamiento excelso o una imbecilidad. Simplemente es alguien famoso que opina. Como la gente que habla en alto.

Y la gente famosa, también la gente inteligente y culta, puede equivocarse. Vamos conociendo mejor cómo adquirimos las opiniones y sabemos que nadie está libre de ser engañado ni de sucumbir a sus sesgos cognitivos o ideológicos, y que el conocimiento y el sentido crítico no son sino paliativos que uno debe ejercer activa y constantemente para disminuir las veces en que errará. Somos humanos y metemos la pata. A menudo, conscientemente. Paradójicamente, viviendo en una era donde el acceso a la información es el más universal y rápido de la historia humana, también estamos en el mundo en que mejor se nos envuelve de mentiras que con más eficiencia nos engañarán. Y la gente famosa cae en esto tanto o más que la gente de la calle, pues quizá por su popularidad (eso siempre acrecienta el ego) se sienten obligados a opinar y decir lo que les gusta y lo que no, constantemente. Y todo ello contribuye a que nos riamos de estas ideas estrambóticas, aunque debería más bien preocuparnos cómo sucumbimos colectivamente al embrujo de opinar algo que se nos ha instalado como si fuera una convicción propia cuando realmente responde a intereses espurios.