micron nos ha jorobado un final de año que se nos prometía muy feliz en verano tras rebasar una quinta ola que presumíamos sería la última. La expansión del virus se ha multiplicado por diez en el último mes del año de la vacuna, un año que ha visto nacer y morir la tercera, cuarta y quinta ola y que se nos ha despedido con la sexta desbocada, afectando a más de 40.000 personas en Navarra y minando el ánimo y la alegría de todos. Otra vez con miedo a reunirnos en una época de compartir, con recelo a abrazarnos con los nuestros, con angustia de poder contagiar a los más vulnerables de nuestro entorno. Demasiados días ya de incertidumbres y sinsabores que están minando nuestra salud, cabeza y corazones. La desesperanza sigue campando a sus anchas mientras nos preguntamos por qué no hemos logrado sortear la sexta ola y nos acordamos de los sanitarios despedidos, los errores en la planificación del rastreo, la falta de regulación de las pruebas diagnósticas, la relajación personal y colectiva o la irresponsabilidad individual y social en una lucha desigual y egoísta contra la pandemia que algún día no lejano ganaremos. No sé ya si por nuestro empuje o por su debilidad. En eso estamos al principio del año de la recuperación.