afael tiene 86 años y vive solo en Mijas. “Mis hijos emigraron a Alemania” me dice. Él ha llegado a Urgencias unos minutos antes que yo. Los dos con fiebre y patologías previas graves, más un test de antígenos positivo por covid-19, hacemos cola a la puerta. Alguien nos ha acercado una silla de ruedas y estamos el uno junto al otro. “Me he debido contagiar jugando al chinchón con Pepe el coíno. ¿Y usted? Usted tiene acento vasco, pero no tiene nombre vasco”. Le digo que no sé cómo me he contagiado porque soy muy cuidadosa, que, quizá, en el ascensor de mi vivienda en la costa donde nadie usa mascarilla desde hace un mes. “¿Sabe? Antes nos atendían en los servicios sanitarios enseguida. Ahora nos morimos en casa como perros. Usted, que tiene cara de lista, cuéntelo por el norte”. Rafael tiene razón. Si llamas a Urgencias Andalucía Responde y eres mayor de 80 años o tienes una patología grave cardíaca o oncológica ni te atienden. “Solo los casos que pueden salir adelante”, me dijo la telefonista. Así que Rafael y yo hemos aterrizado en Urgencias porque nos han acercado vecinos de nuestro edificio o un taxista compasivo. “Aquí los infartos no llegan, eso es material desechable”, me confidencia una enfermera. “Recortes del 40% y plantas cerradas en Semana Santa porque no hay personal para atenderlo. Nuestro consejero de Sanidad es un kamikaze. Va a ser peor en la próxima legislatura con Vox en el gobierno”, continúa explicándome mientras me pone el tensiómetro en el pasillo. “La sanidad ya está en manos de Vox”, asegura Rafael tosiendo y echándose mano al pecho. Tras varias horas nos envían juntos a rayos X. A Rafael le han visto algo preocupante, se lo llevan a otra planta, yo quedo en observación. “Cuídese, vasca, ojalá nos volvamos a ver”, me susurra preocupado. “Usted saldrá de esta, ahora que yo... Ya se me fueron cuatro amigachos en la tercera ola y dos más en la sexta. Uno no sabe cuándo le va a tocar. Los jóvenes ya no se acuerdan de quién levantó este país”. “No hable que se fatiga”, le ordeno. “Dentro de ná vamos a tener que pagar por el aire que respiramos, y el que no, al camposanto. Aquí ya hay solo médicos para los que tienen parné”.

Vuelvo al apartamento con un taxista amigo, el mismo que traslada varios días a mi amiga Lina, enferma de cáncer de colon, para hacerse su quimioterapia, pagándoselo de su bolsillo, la suele hacer descuento porque si no con la pensión no le alcanza. Ha habido dos taxistas que no me han querido montar para el regreso “porque estás en los primeros días de covid”. “No hay ambulancias para el traslado de enfermos a los hospitales”, me dice Valentín, el taxista, y “hay gente que no puede pagárselo y no sigue el tratamiento”, escucho durante el trayecto de vuelta. Me meto en la cama, mis vecinas me traen zumo y un puchero de bacalao con garbanzos. No tengo hambre. Sigo con febrícula. Me duele todo. Me acuesto y me pregunto ¿dónde está la patria si no es en la sanidad pública? Me duermo. Me despierto. Ya no tengo fiebre. Cierro los ojos mientras pulso el botón con el que enciendo este ordenador portátil, veo a Rafael en mi mente, tumbado ya en la camilla desplazado por el celador: “¡Oiga, vasca, diga por ahí arriba que aquí ya solo hay sanidad para los señoritos! Los mismos que echaron a mis hijos a Alemania y los mismos que me quieren ver a mí muerto como en el 36, pero aquí sigo...”.

Suena el teléfono. Es Javier, mi médico desde Navarra. “¿Qué tal estás, Fátima? Cuando regreses, te haremos todas las pruebas pertinentes”.

Respiro.

Acabo este artículo. Se me caen unas lágrimas. Echo de menos a mi hijo. Estoy aislada cinco días.

Quiero volver a Navarra.

No he vuelto a saber de Rafael. Llamo al hospital y me dicen que allí ya no está, que llame a su familia o a las funerarias. Pienso: Ni un voto para los fascio. Ni un voto para Vox, ni para Ayuso, ni para Sayas, ni para Adanero, ni para Esparza, ni para el PSOE del pacto con UPN. Ni un voto para la muerte.

¡Gora Nafarroa!

Volveré.

La autora es expresidenta de la Asociación de Escritores/as de Navarra; galardonada con el VII Premio Albert Jovell de la Organización Médico Colegial por ‘La selva bajo mi piel’