No hay figura política o en el poder que pase a la historia en el recuerdo de la gente si no es por su cercanía o dignidad humana. Discreta y elegante Isabel II no quiso ser una celebrity y, sin aspavientos, supo hacerse respetar a diferencia de su familia, devorada sin piedad por la voracidad de los medios británicos. Ella tenía su propia aura además de la corona. Quizá por ello la noticia más leída ayer en nuestra web sobre su muerte era el Penny de mermelada, el sencillo plato que Isabel II comía todos los días desde su infancia: un sandwich de pan y mermelada, generalmente de fresa, con un poco de mantequilla, que disfrutó hasta el último día de su vida, siempre a la hora del té, puntual, perfecta... En un vídeo de este año aparecía precisamente tomando el té junto al oso Paddington que le ofrece uno de sus sandwiches favoritos. Es algo que admiro de los ingleses, a los que conozco más por los cursos del That’s English y por películas que por viajes, su capacidad para reírse de ellos mismos. Cómo no recordar a los Sex Pistols allá por 1977 cantando Dios salve a la reina y a su régimen fascista, burla que hubiera resultado inconcebible en otras monarquías. Isabel II se convirtió hace mucho tiempo en un icono de la cultura pop del siglo XX, perdió el mayor imperio del mundo y el peso político, pero supo reemplazar ese vacío con su presencia y ese rancio glamour de la realeza más simbólica que real que los ingleses han sabido rentabilizar creando una marca propia. Las últimas encuestas daban un sí a Isabel II y un no a la monarquía. Normal. Ella supo acercarse a la gente aunque siempre fuera con guantes. Impecable.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
