Seguro que a muchos de ustedes les pasa, que no les hace falta mirar el calendario para saber a qué hora de qué día ha empezado el otoño ni observar los árboles con sus colores nuevos o las hojas caídas. Para muchos y muchas de nosotros el otoño no es que comience, es que se te cae encima. Es como una especie de fardo de un montón de kilos que te volcasen, al mismo tiempo que una medio tristeza interna que sabes que pasará porque ya ha pasado otras muchas veces pero que la cabrona se queda ahí unos cuantos días jodiendo la marrana, con la habilidad que tiene la tristeza para esas cosas, porque hay que ver qué insistentes y eficaces son las emociones o sensaciones negativas. Si las comparas con las positivas les ganan por goleada en constancia. Y ya dicen que el mundo es de los constantes y de las constantes. Pues eso, que el otoño ya nos lo han tirado encima, más o menos alrededor del día 16 o 17, que es cuando empezó a bajar la temperatura 10 o 12 grados hasta estos últimos tres o cuatro días, que tenemos clima ya de casi noviembre. Entre esto, la guerra de los cojones que no nos da un respiro y esta anunciación como mundial de que vamos a pasar un otoño y un invierno puñeteros a casi todos los niveles la verdad es que el panorama no es que sea precisamente halagüeño para los de tendencias emotivas a la baja, pero habrá que tirar para adelante como sea, porque no queda otra y además confiemos en que todo vaya pasando y este 2022 sea pronto solo un mal recuerdo, que unir, eso, sí a esos 2020 y 2021 que no es que fueran mejores. Qué años tan tremendos –para unos más que otros, claro– para andar por el planeta y para en muchos momentos ver el futuro con optimismo. Lo único positivo de todo esto es que parece que va a la baja el mundo Mr Wonderful y todos los días sale el sol chipirón. A ver si ha sido el planeta el que ha reaccionado ante tanto azúcar.