La canción de Shakira es un truño. Con lo cual tiene bastantes papeletas para estar de número 1 un par de años como mínimo, visto el nivel musical que rige en las listas de ventas que son dirigidas por las manos que mueven el asunto y vistos los gustos de millones de personas que ingieren sin parar cosas así como pipas. Pero truño truño truño, aunque, claro, tampoco ha sido nunca una letrista: ha hecho sus canciones, baila muy bien y todo perfecto. El tema no es tanto ese, como la turra. Yo, que amén de osasunista en primer lugar soy culé en segundo término, maldije el día en el que un miembro de la plantilla empató con una estrella de este nivel. Esto en Can Barca no pasaba, eso pasaba en Madrid, donde históricamente los jugadores y el famoseo y las relaciones eran mucho más conocidas y todo más pedorro y empalagoso. En Barcelona no pasaba, salvo casos contadísimos. Hasta lo de Piqué y Shakira, que convirtieron el asunto en lo que se suelen convertir estos asuntos: un atracón de azúcar intragable. Ahora que se han separado, lo que llega es el reverso de la moneda y esta cosa zafia a más no poder de Shakira –me refiero a los ataques a otra mujer, a su ex ella sabrá–, con el beneplácito de la audiencia, al parecer, que sabe de sobra qué ha pasado en esa relación, porque estaban allí minuto a minuto. Es lo bueno de esta vida de hoy: la gente sabe qué ha pasado porque se lo cuentan en la tele y se lo creen y serían igual incapaces de meterse a opinar de la relación rota de unos amigos o amigas sin caer en injusticias pero en esto no tienen dudas. A mí, sinceramente, lo que me preocupa es mi salud auditiva, ya de por sí dañada desde hace años si te expones a música en lugares públicos. Con esto sufrirá una vuelta de tuerca, leve, eso sí, porque el daño ya es alto, pero habrá que aguantar la turra. La turra de Piqué y Shakira, Shakira y Piqué. En mala hora.