Que cada vez importas menos, es algo que, no obstante y a tu pesar, no ignoras. Ahora bien, deberías alegrarte de la ventaja que supone ser consciente de ello, ya que, solo desde la humildad, es posible vislumbrar la verdadera esperanza. Dicho esto, ¿cuál es la verdadera buena gente? Es difícil saberlo. Sin embargo, la falsa buena gente, todos sabemos cuál es, claro. Ahora se llevan mucho las cosas falsas. O dicho en plan apocalíptico: las cosas falsas están ya por todas partes. En cualquier caso, estamos ahí, bajo el toldo, Lucho y yo, viendo pasar la vida un día más y le digo: Vamos a ver, Lutxo, la gente de bien y la buena gente ¿son la misma gente? Y Lucho, que es un ser elemental poseedor de un avezado olfato de alimaña, me dice: Yo qué sé. Y fíjate, no me parece una mala respuesta. Dentro de poco, aquí nadie va a querer saber nada. Y eso es muy triste, Lutxo. Ya te lo digo yo, para que lo sepas: La gente de bien y la buena gente no tienen nada que ver. Verás: la gente de bien es La gente de bien, ya me entiendes, supongo. Y la buena gente, en cambio, es la otra, ya sabes: la buena gente de toda la vida. No hay que confundirlas. De todas formas, Lutxo, viejo gnomo, a mí me gustaría no tener que escribir de estas cosas. De hecho, lo que me gustaría de verdad es poder dejar la columna en blanco y que todo el mundo la entendiera cabalmente. Por telepatía, supongo. Sería maravilloso. Siempre que me pagaran, claro. Pero todavía no se puede, así que no me queda otra que escribir. Y no me hace gracia porque al escribir me puedo equivocar. Pero bueno. En resumidas cuentas, la gente de bien es la falsa buena gente, quédate con eso. Aunque, como ahora todo es falso, a lo mejor resulta que la falsa buena gente es también la verdadera buena gente, qué sé yo. Tal como están las cosas, no me extrañaría. No obstante, este es un tema que me pone bastante melancólico.