Quizás sea yo, pero me da que ahora tenemos dos bandos: los que han salido de la pandemia convencidos de que hay que beber, comer y terracear hasta que la muerte nos separe y quienes están enfrascados en una búsqueda personal a través de la introspección, 10 horas diarias de gimnasio, la comida vegana o todo junto. No hay término medio. Antes veías a alguno que se echaba unas birras el sábado y el domingo por la mañana te lo cruzabas corriendo y ahora te lo cruzas en la terraza o directamente se ha pasado a un entrenador personal, se ha definido los abdominales, el culo, no come gluten, no prueba los carbohidratos –“me daban gases”– y come pollo hervido y claras de huevo. Tal vez, ya digo, sea yo. O la franja de edad en la que me encuentro, en plena menopausia y andropausia, pero también lo veo de los 35 para arriba: la gente se ha echado al pimple o al fitness de manera sin par. Seguro, seguro, que los hay que lo mezclarán, seguro, pero personalmente veo a ambos conjuntos muy separados, tanto que los sigues en redes sociales y unos solo meten contenido sano y otros sus gintonics y sus chuletones. Una especie de este soy yo y así he de vivir y morir. Los del gimnasio además meten –algunos, no todos– frases de éstas de ánimo o superación tipo Lo lograron porque no sabían que era imposible o No hay sueño grande sino voluntad pequeña. Creo que existe una especie de almanaque de frases así como de un millón de frases que puedes ir leyendo entre flexión y flexión, mientras los de las terrazas brindan entre ellos y echan más mano de expresiones clásicas tipo Por la sed que vendrá o Vamos a echar la penúltima. Hay un tercer grupo, el de padre y madres que ni salen ni hacen deporte porque bastante tienen con criar a sus bebés, pero son los menos. Y luego, claro, subgrupos aún más pequeños, rodeados por los reyes del mambo y el gym, dándolo todo.