A UPN y PP no les parece bien que ahora la mayoría parlamentaria les vaya a descabalgar de las presidencias de las comisiones de la Cámara foral que lograron hace apenas un mes. El asunto tiene poca, o ninguna relevancia social, y políticamente se ajusta a la lógica de las mayorías democráticas, por mucho que esa lógica democrática nunca le acabe de gustar a las derechas cuando no se corresponde con sus intereses partidistas porque están precisamente en minoría. UPN advierte que está dispuestos a llegar al Tribunal Constitucional en defensa de esos puestos y el PP considera la medida totalitaria. Ninguno de los dos argumentos tiene recorrido alguno ni se sostienen ni legal ni políticamente. Victimismo inútil.

En realidad, UPN logró presidir siete de las 17 comisiones que componen la estructura de funcionamiento del Parlamento de Navarra y tener mayoría en la Mesa de la Comisión de Hacienda, clave para dirigir el debate de los Presupuestos, solo porque la mayoría democrática que controla la Cámara no se puso de acuerdo para sumar sus votos. Es decir, fue un regalo que les brindó inesperadamente esa mayoría progresista por las miserias partidistas que se sostienen casi siempre en desavenencias menores, pero que cuando quedan sin resolverse en muchas ocasiones dirigen las decisiones políticas en sentido contrario a sus propios intereses. Aun así era una oportunidad de protagonismo y de control del debate parlamentario muy aprovechable para UPN e incluso para el PP y Vox. Pero si la mayoría parlamentaria que tiene el control de las decisiones democráticas cometió un error absurdo en la elección de esas presidencias, UPN tampoco ha acertado en la gestión de esa posición de ventaja.

Se ha dedicado a alimentar conflictos burocráticos en los debates sin ningún interés social –limitar las intervenciones de los consejeros del Gobierno o cortar las intervenciones de los parlamentarios de los grupos que suman la mayoría–, ni rentabilidad política saltándose la cortesía habitual en la Cámara. El asunto, más allá de la imagen que se traslada a la opinión pública de las actividades a las que dedican el tiempo los grupos parlamentarios, no tiene ninguna relevancia política ni institucional. La mayoría que apoya al Gobierno y controla la Cámara ha repensado que es mejor volver a un consenso que les garantice el control de esas comisiones. Y si toca de nuevo ya llevarán sus desacuerdos partidistas a otras cuestiones. No hay mucho más.