Pedro Sánchez reparte oro, incienso y mirra. Lo hace selectivamente. Justo ahora que llega el balance de un año tan imprevisible como agitado, pero triunfal en su caso. Dádivas por doquier para renovar una entrelazada catarata de fidelidades personal, ocasional y partidista. Premio especial, sin duda, para su leal mano derecha María Jesús Montero, henchida ahora de poder, y nuevo blanco de una oposición que se muerde los nudillos por la impotencia que le embarga. Y otro guiño al colchón electoral con nuevas inyecciones de ayudas para el escudo social que desoyen la apelación europea a rebajar la deuda. En el muro de enfrente, en cambio, solo suena el estribillo del pacto encapuchado de Iruñea, quizá para distraer la vergüenza que acarrean las deplorables amenazas a concejales y el despiste clasista de no fregar las escaleras.

Tampoco podía dejar huérfana el presidente a Yolanda Díaz. Aunque fuera a última hora tras hondas discrepancias, Sumar también cortó a medias el cupón en las medidas económicas apuntándose el dato de gravar a la banca. Viene muy bien esta pizca de generosidad a la vicepresidenta para que distraiga la atención de sus apuros electorales en Galicia. A pesar de su interminable protagonismo delante y detrás de las cámaras, no ha podido encontrar un liderazgo mínimamente sólido en su propia tierra para aguijonear a la derecha. Por eso echa mano de Marta Lois, bastante refractaria a arengar a las masas. Un recurso agónico que, inesperadamente, ha encontrado el salvavidas del atropellado abrazo con Podemos. Semanas después de la trifulca que generó su marcha al Grupo Mixto, Belarra y el vagón de disidentes también hacen de la necesidad virtud porque sus posibilidades de conseguir siquiera un solo escaño en el Parlamento gallego con cartel propio eran igual a cero.

En casa propia, el secretario general siempre tiene un gesto amable para agradecer la fidelidad. Raquel Sánchez se quedó fuera del actual Gobierno porque fue incapaz de demostrar un punch verbal que, sin duda, desborda su sucesor, Óscar Puente, tan necesario en los tiempos de guerrillas. Sánchez no se olvida de quien le interesa. Para ella, la canonjía cómoda y bien remunerada de Paradores que obliga, de rebote, a conceder a su predecesor, Pedro Saura, la presidencia de Correos donde el íntimo amigo del presidente sale absolutamente chamuscado por el duelo con los sindicatos y el crónico déficit de este organismo público.

En el caso del independentismo catalán se asiste, no sin cierto aire cansino, a otro capítulo del cruce de golpes narcisistas entre ERC y Junts en las posaderas del socialismo. Le ha tocado ahora a Pere Aragonès elevar el diapasón. Un presidente de la Generalitat huérfano de apoyos solventes, temeroso de sufrir una voltereta en cualquier momento y representante de un partido en declive electoral, curiosamente es quien toma el micrófono y exhorta severo a que el Estado español habilite un referéndum en Catalunya no más tarde de un año. Lo hizo desoyendo la cruda declaración de alguien que conoce el paño como es Artur Mas, convencido de que ahora mismo no se dan las condiciones para afrontar otro intento independentista. Pero Aragonès necesita un minuto de gloria mediática. El presidente le regaló la ocasión. Lo necesita, sobre todo cuando sientes en tus propias carnes el descarado protagonismo de tu enemigo visceral repartiendo ufano las cartas a su antojo. Puigdemont no da tregua a su egolatría. Un día le exige a Sánchez que deben verse más de una vez antes de proclamar la amnistía. Otro, amenaza diciendo que puede entenderse fácilmente con PP y Vox en una moción de censura si no se cumplieran las promesas de la investidura. Y en el medio, la amenaza de su ventrílocuo particular, Miriam Nogueras, relativa a vetar el primer decreto ley que el Gobierno lleve al Parlamento sobre la estabilidad presupuestaria.

Bien es cierto que Sánchez se ha desentendido con contundencia de la reivindicación del referéndum. Tampoco debería alarmarse Aragonès. También el líder socialista lo hizo con la misma rotundidad cuando le reclamaban insistentemente la amnistía para el procés y, sin embargo, ya está presentada en el Cámara Baja. En verdad, quedan muchos órdagos por jugarse en esta legislatura. Ahora, sencillamente estamos en el entremés de los Presupuestos y la coyuntura política se presenta muy favorable para los intereses del gobierno de izquierdas más allá de los sonoros ruidos de la oposición, amarrada a la pata del duro banco de los pactos con terroristas y enemigos de la patria y del rey.