Estas cosas me las cuenta J, que es joven y curiosa. En su día ya me informó de que la venta de ropa interior femenina usada era un mercado dinámico con sus canales, sus tarifas y sus productos estrella, una actividad que permitía sacarse un dinerillo o más en función de diversos factores entre los que no era el menos relevante los días en que la propietaria había llevado puesta la prenda. La inversión es mínima, los rendimientos inmediatos y la demanda está lo suficientemente segmentada como para resultar incluso democrática. Rastreo y compruebo que las cifras son atractivas.

Ahora me documenta sobre otro nicho de negocio del mismo sector al que por su naturaleza están llamadas menos proveedoras. En este caso se publicita el producto como un excedente, en principio, porque dada la rentabilidad prometida puede que esta afirmación no siempre sea cierta y haya quien comercialice toda la producción. No es lo más importante. Me refiero a la leche materna.

Según leo, fueron culturistas los primeros en considerar las posibilidades de la leche materna, aunque es menos rica en proteínas que la mucho más accesible leche de vaca. No obstante, el grueso de las ventas no responde a un interés nutricional y junto al producto se ofrecen sesiones de amamantamiento, vídeos. El fenómeno viene de Japón, donde la chica-vaca es un personaje del hentai, anime de contenido sexual.

Todo esto me hace recordar un cuadro, La caridad romana, que tiene numerosas versiones, entre ellas una de Murillo –se ve que la imagen tiene su punto de fascinación desde antiguo–, que plasma la historia de una joven llamada Pero que amamantaba a su anciano padre llamado Cimón, preso y condenado a morir por inanición. La cabeza se va de un lado a otro. Misma imagen, diferente contenido. Intento centrarme.