Me alegré cuando supe que la gente de Katakrak y el colectivo Coop57 habían comprado un edificio del siglo XVIII contiguo a la librería en la calle Mayor. Dicen que lo han comprado para ” liberar y sustraer suelo urbano de la especulación inmobiliaria y para detener, al menos por unos metros cuadrados, la presión del turismo desestacionalizado que sufrimos también en Pamplona”. Pensé que con ello señalaban dos cosas fundamentales para el análisis de la turisficación de Pamplona y su Casco Viejo: la especulación inmobiliaria, vía turistificación desestacional, que es a lo que aspira el ayuntamiento con el Plan de Turismo 2023-29, y la presión turística sobre el Casco Viejo camuflada bajo la resignificación de un turismo sostenible, un término amable para seguir especulando sin culpa alguna.

En estas cuestiones vienen incidiendo desde hace años las asociaciones de Convivir en lo Viejo y AZ Ekimena. Pero los análisis, sobre gentrificación, saturación hostelera, relación entre pisos turísticos y especulación inmobiliaria, robo del espacio público con fines privados, segregación residencial, masificación de eventos, ruido, la desaparición del comercio de barrio y el permanente estado de euforia que acaba en el “cerdeo” que Nagore nombraba aquí; no los comparten ni los políticos autonómicos ni tampoco municipales. Se reconoce en privado que sí, que algo pasa.

Que nuestra ciudad muestra tendencias, pero que no lléganos al turismo depredador de Canarias o Baleares que les está dejando sin patrimonio. Y ahí nos quedamos, amparados por la amortizada participación ciudadana y verlas venir. Y es que esas dinámicas, que no se pueden analizar por separado, son producto de un modelo de ciudad mercado y de un modelo de turismo amparado en las lógicas del capital. Iruñea se está privatizando poco a poco mientras se disuelve la vida urbana. Esto es lo que hay que reorientar. Mientras tanto, feliz verano.