En el supermercado miraba las ofertas y llegué a la caja, donde me preguntaron: –¿Tiene usted nuestra app? –No tengo por qué tener teléfono móvil y soy contrario a llenarlo con programas informáticos varios, para conseguir descuentos. Si no lo aceptan, retírenme las ofertas, pero no quiero más maraña informática atrapando mi existencia. Tal vez no vuelva a este establecimiento.
Ministerios, administraciones, universidades..., cada vez hay que usar más dispositivos y aparatos, páginas que rellenar y con las que perder ingentes cantidades de tiempo, ¡para que me cataloguen y controlen!... Es común hoy, además, sufrir la inepcia de los diseñadores de páginas informáticas, donde a veces funcionan mal o torpemente, son muy complicadas o no se ponen en lugar del usurario –habitualmente–, de modo que se diría: diseñan para ellos mismos, más que para nosotros.
Caso evidente de onanismo informático es el desastre planetario que sucedió hace unos días, cuando la multinacional y “todopoderosa” compañía de Microsoft, que penetra hogares, empresas y ministerios, reventó. Se temía algo debido a la guerra, un virus expelido por rusos o chinos, pero llegó una implosión desde la misma empresa, que colapsó vuelos, provocando la locura en aeropuertos, hospitales, universidades y empresas por todo el planeta. Y todo porque habían innovado, una vez más, ingenieros presuntuosos que así venden una actualización de sus programas, como nueva, cambiándonos a veces elementos sin necesidad, por el afán de ganar. Las prisas, el no haber testado lo suficiente, produjeron un monumental caos. Millones en pérdidas.
Sorprendente es que tantos gobiernos dependan de una sola y única multinacional sin desarrollar programas propios (software libre, como usan tantos investigadores en el mundo de las ciencias), y cuando dejan de funcionar se hunda todo. Resulta estúpido y demuestra que dependemos demasiado de las multinacionales, las democracias son en buena medida un disfraz de poderosísimas oligarquías, más allá de las fronteras. Pero, tenemos derecho a vivir, ser personas, sin tener que usar un dispositivo de telecomunicaciones necesariamente.
Volvieron a usar papel y bolígrafo. Esencial es ese día del colapso, para no olvidar, que hay que dejar siempre otra opción abierta y no que todo dependa de un mundo digital que en un instante se puede desmoronar y destruir nuestro mundo que, queramos o no, se basa en interconexiones y programas de los ordenadores, también de los desordenadores. Las administraciones de nuestro gobierno están cayendo en este error. Y muchas empresas: reducen personal y costes.
Son innegables los beneficios de las tecnologías digitales, yo mismo los gozo ahora al escribir este artículo y enviarlo a gran distancia, instantáneamente, para que se publique. Pero, mientras pueda, quiero vivir libre, leyendo mis libros de papel y paseando un verano sin que tenga que responder a mensaje alguno. El apagón estival será la puerta de mi libertad, volaré al otro lado del cibermundo.
El autor es catedrático de Estética y Teoría de las Artes, Humanidades, Universidad Carlos III de Madrid