Hola personas, ¿qué tal van las cositas? ¿bien?, me alegro. Este domingo he de cumplir con el continuará del domingo pasado y algo más añadiremos. Para completar un poco el paseo por la Taconera que tenemos pendiente, he vuelto a ir a ese maravilloso oasis, pero antes fui a otro sitio que también me gusta mucho, fui al Museo de Navarra. Para llegar a él entre en lo viejo por la calle Comedias, antigua Dos de Febrero y continué por Pozoblanco, antigua General Moriones. Iba andando e iba echando en falta las tiendas de toda la vida que había en aquellas calles. Me venía a la memoria Unzu Got, a donde tantas veces acompañé a mi madre y a mi abuela a por sábanas o toallas o manteles, la bisutería Cilveti, las botas de las Tres ZZZ que aguantó hasta hace poco, los calzados de Jucal y de Biarritz, las enormes bragas que ofertaba en su escaparate corsetería Fany en la esquina con San Nicolás, con aquella corsetera oronda y presumida, siempre tan bien arreglada, Zapatería Amorena en la otra esquina con aquellos escaparates inacabables en los que había de todo, platos, radios, figuritas, maquinillas de afeitar, ventiladores y un sinfín de etcéteras, enfrente, en las escalericas, Palomeque, sastre, y Armería Arana. Continuaba la calle Pozoblanco en donde estaba la tienda de embutidos Itarte, la Ferretera Navarra, la pastelería de Arrasate, con aquellos deliciosos turrones y sus pasteles rusos, el Comercio San Fermín y la preciosa sombrerería de Aznárez entre otros.

De Pozoblanco pasé a Zapatería donde también eché en falta aquellos comercios que nos acompañaron toda la vida, La Perla Vascongada, camisería Camino, donde compré mi primera corbata que era de cuadros escoceses, tejidos Mestre, Guibert, Casa Manterola, Casa Azagra, con aquellos bonitos y trabajados escaparates, sus sacos de rayas llenos de legumbres y su olor inconfundible, Chocolates Pedro Mayo, Calzados Jauja, Las pastillas de café y leche de Las dos Cafeteras y Casa Ciga con sus metros y metros de telas para sábanas y felpas para toallas. Llegué a la plaza del Ayuntamiento, antes de la Fruta, y bajé Santo Domingo hasta llegar a mi destino, el Museo de Navarra. Mi intención era ver la obra de Zurbarán titulada La Virgen de la Merced con dos mercedarios, a la que se había dedicado un bonito espacio expositivo para que fuese admirada. Pero llegué tarde y ya no estaba, por lo visto los angelotes que flanqueaban a la Virgen se la habían vuelto a llevar al cielo, se clausuró el día 29.

No me importó porque la obra la conozco bien, estaba en el recibidor de casa de los Huarte en la calle Mayor y ahí la vi en múltiples ocasiones, la familia propietaria son buenos y hospitalarios amigos que me han invitado a su casa cientos de veces, pero la quería ver con la luz y el espacio que una obra de ese calibre se merece. Lo que tenía que hacer la Dirección general de compras de cuadros del siglo XVII, es remangarse y comprar el cuadro para que se pueda admirar en el museo de forma definitiva y que no salga de Pamplona, probablemente para no volver. Seguro que con la familia Huarte se pondrían de acuerdo con gran facilidad. Antes de salir del recinto que alberga nuestro arte, entré en la capilla para admirar la exposición antológica que allí ofrece José Ramón Anda, uno de los mejores escultores, no diré navarro por no ponerle fronteras, lo dejo así porque su obra es de cualquier parte, es buena aquí y en la Conchinchina, perdonad mi lenguaje coloquial, no quiero quitar mérito a su obra, al contrario, pero para hablar de abstracción, simbolismo, racionalismo y planteamientos espaciales ya están los que de ello entienden, yo solo diré que la muestra está hasta marzo y no os la podéis perder, el tratamiento que da a la madera es delicioso, la mima, la respeta, la eleva de categoría y el entorno en el que se expone, con su altura, su silencio y sus dimensiones, potencia la obra de gran manera.

Salí del Museo y tomé a la derecha por la calle que antaño era el pasadizo del hospital, también conocido como el pasaje de la jiña, y tomé Jarauta para llegar a Santo Andía y entrar en la Taconera por el sitio contrario al que entré el otro día, pero da igual, hablaré de lo que vi en su conjunto y el punto de entrada es lo de menos. Recordaréis que decía el domingo pasado que el verde de las hojas aguantaba pero ya en tono caduco, pues bien, ha pasado una semana y en muchas copas ya ha caducado y el ocre se ha hecho presente, combinando los dos colores con una fuerza cromática que da gusto ver, si bien el verde aun gana la partida, sería cuestión de volver la semana que viene para ver cómo va el marcador.

Nada más pasar el eusiano Portal Nuevo, con sus almenadas torres, aquellas en las que de niños hablábamos bajito de rincón a rincón y se oía perfectamente, doblé a mi derecha y paré un rato a mirar la carcelaria pared del convento de las agustinas recoletas, están ahí por voluntad propia, pero viendo el sistema de rejas y cierres que tiene el edificio se diría que las retienen en una prisión no ya espiritual sino material. Doblé por el primer entrante que vi y fui a darme de bruces con el bueno de Julián Gayarre que, subido en su pedestal, sigue en el papel del pescador de perlas en el que le inmortalizó Fructuoso Orduna. Unos operarios municipales calzados con katiuskas andaban por los vasos de la fuente regulando la salida de los grifos para que todo funcione bien.

Dejé a mi espalda el gran salón central del parque, aquel por donde nos paseábamos con las bicicletas que en su pagoda nos alquilaba la familia Canarias, y me acerqué a la arquería gótica que, traída desde el desaparecido monasterio cisterciense de Marcilla, desde 1934 conmemora el VII centenario de la llegada al trono navarro de la dinastía de Champaña, la de los Teobaldos. Me asomé al foso y dediqué unos minutos a ver las cuitas de los animales que viven allí a papo de Rey. Al llegar vi que había bronca, unas ocas se enfrentaban a unos ansarones grandes como ellas y se encaraban y se gritaban, con esos graznidos estridentes que ellas producen, y se amenazaban y unas avanzaban y los otros retrocedían y viceversa, pero allí nadie daba la primera, la sangre no llegó al río y los contendientes se calmaron. Cerca de ellos un gallo estaba a lo suyo y perseguía a una gallina con intenciones aviesas a las que la Caponata no estaba dispuesta a acceder, no así otra congénere que invertía los papeles persiguiendo ella al Don Juan. Tras ver y comprobar que no es malo ser ave de la Taconera, tomé la salida pegado al murete y en los árboles de abajo aparecieron dos pelirrojas de cola larga que a medida que yo avanzaba por el parque ellas iban a la par saltando de rama en rama. Pena que ese día no llevaba nueces para haberlas atraído. Me encantan las ardillas.

Y hasta aquí mi paseo. Por el parterre más sombrío salí a Navas de Tolosa y me adentré en la Vuelta del Castillo para volver a casa. Verde en vena.

Pero eso será para otro día.

Besos pa tos.

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