Varilla comparativa: “Con las actitudes que muestran hoy las derechas, la Transición no habría sido posible”, afirma Ignacio Sánchez-Cuenca en la revista La maleta de Portbou. Hace una década el imaginario de una ‘segunda Transición’ intentó reverdecer viejos laureles, resetear la monarquía o proyectar un lavado de cara dado el paso del tiempo. En su última investidura Pedro Sánchez se mostró dispuesto a aplicar las reglas con arreglo al espíritu de los tiempos y profundizar en la idea de las ‘nacionalidades’ de la Constitución. En cosas como esta se revuelve el Estado profundo y el nacionalismo español más reaccionario. Fue relevante aquella intervención de Sánchez a instancias de EH Bildu. La cuestión, como de costumbre, es que esas palabras no se las lleve el viento. Las cosas del Estado, depende para qué, van a cámara lenta, como pisando huevos. Hay precedentes que deprimen. En los ochenta, por ejemplo, pasada la Transición, el PSOE gobernaba con mayoría absoluta y aún circulaban no pocas monedas con el careto de Franco y el lema “caudillo de España por la G. de Dios”. La gracia del no matarás, no robarás o no codiciarás los bienes ajenos que los franquistas se pasaron por el arco del 18 de julio en su nacionalcatolicismo de peseta.
Volviendo a Sánchez-Cuenca, su comparación radiografía el momento, por más que hace poco Feijóo se diese un garbeo por el congreso de UGT y aprovechase el balón suelto en el área. Feijóo retiene coreografías y de vez en cuando se adorna en la sección de cosmética centrista, pero el hombre no se despega de su imagen vacilante porque el PP se desvive en reabsorber el voto de Vox. La derecha dura quiere enmendar a la baja la Transición para atraer las pulsiones autoritarias de señoros y señoritos que confían en Abascal.
La derecha dura, cuando recuerda la Transición, ve en Suárez a un derrotado que perdió el poder y el partido por salirse del guion previsto
Ese derechismo a palo seco, cuando recuerda la Transición, ve en Suárez a un presidente derrotado que perdió el poder y el partido por salirse del guion previsto. Suárez dimitió poco antes del 23F sabiendo que cualquier día iba a encontrarse una cabeza de caballo entre las sábanas, y ni por esas pudo evitarlo. El equino llegó hasta su mismísimo escaño y el aviso quedó marcado a fuego para los que llegaron después. Y ahí seguimos despejando quién o quiénes fueron los Corleones que auspiciaron aquello. Afortunadamente el recadero del tricornio se pensó que el Congreso era una taberna del Oeste y disparó al aire, y ahí comenzó a fracasar el golpe. Esa misma noche se botó la leyenda juancarlista, y el mito navegó con viento fresco hasta que encalló en Botsuana.
En este siglo XXI que nos imaginamos democráticamente culminativo, la democracia pierde aceite. La extrema derecha del ordeno y mando se ha vuelto chachi para parte de la juventud. Mientras tanto, aunque Feijóo recuerda la importancia de los apoyos en Euskadi y Catalunya, la derecha madrileña aspira a otra cosa. a la España de Madrid.
Feijóo puede hacerse fotos con UGT como Fraga se inmortalizó con Carrillo, pero son solo gestos diminutos. Las claves están en el fondo, como pugnar por la recentralización y disolver así lo sucedido en Valencia, o batallar contra la amnistía y el acuerdo fiscal en Catalunya, o redoblar el ruido mediático y judicial para acortar el tiempo del Gobierno de Pedro Sánchez generando un clima que se haga insoportable.
Un Sánchez al que le llaman ‘perro’ pero que tiene más vidas que un gato. El Congreso de Sevilla del PSOE ha apuntado a la necesidad imperiosa de vivienda asequible, constatación de que el mercado no cubre derechos y que sin fortaleza pública se impone la ley de la selva y el sálvese quien pueda. Si la empresa pública anunciada no se estampa con el sector, ni se atranca con la cuestión competencial y legislativa (van dos condicionales) será un acierto.