Pedro Sánchez sonríe a pesar de las tormentas. Se crece en la dificultad. A la derecha le irrita verle tan campante, inmune a la presión que lleva encima, crecido en su atractivo, saboreando su ventaja, enfatizando que seguirá de presidente por lo menos hasta 2027. Muchos sueñan con su via crucis, pero de momento ahí está Sánchez hecho un pimpollo dejando claro que sigue en forma y recordando la podredumbre franquista. No quieres café, pues cafetera. Hay que reconocer que en eso el líder del PSOE es un artista.

Quien se pica ajos come, solía decir mi madre. Las madres, siempre tan presentes, siempre tan recordadas, saben de la capacidad de los hijos ante las dificultades. La de Sánchez, miserablemente mentada en el rodeo eufemístico de la fruta, se llama Magdalena. Seguro que la procesión la lleva por dentro, como la de cualquiera que se expone al escarnio público. Las madres sufren por sus hijos e hijas, por su integridad física y psicológica, ante ataques que contravienen principios fundamentales y hasta un elemental decoro. Un clima que aleja de la política a gente razonable y atrae a camorristas y oportunistas.

Nunca será suficiente todo lo que se haga por humanizar el debate público, porque eso redundará en nuestra convivencia y en nuestra calidad democrática. La realidad en toda su complejidad es un puzle inabarcable que exige sosiego deliberativo. Los seres humanos somos contradictorios, fragmentarios y selectivos. Nuestra educación es tendencial, y nuestras emociones y certezas tienen mucho de circunstanciales. Razones para revisarnos de vez en cuando a nosotros mismos, abrir nuestros cocorotos, y tratar de enriquecer la mirada.

Dice la RAE que deliberar es “considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión, antes de adoptarla, y la razón o sinrazón de los votos antes de emitirlos”. Bienvenida la reflexión, imprescindible ante este torrente de acontecimientos y declaraciones. Las consignas sacian como lo hace la comida rápida. Pero un pensamiento nutrido requiere capacidad reflexiva, no solo estratégica, si queremos una política de calidad, independientemente de los sesgos o interpretaciones de cada cual.

La tensión de un debate, la brillantez dialéctica o la inteligencia política deben ser compatibles con el talante democrático. Eso pasa en primer lugar por asumir los resultados electorales en buena lid, por salud democrática y para que siga habiendo gente dispuesta a dedicarse a la política con voluntad constructiva y de servicio público.

Pero hay un problema añadido, severo, que en la actualidad alimenta radicalismos y excesos:a la desatención informativa: la desconexión como señal de rebeldía, la incultura como forma de transgresión y ruptura, la visceralidad como síntoma de autenticidad.

La involución que se cocina se nutre de reaccionarios, pero también de muchos incautos. La información es compleja, dinámica, alambicada, requiere voluntad de comprensión de los acontecimientos en sus distintas aristas. La pedagogía política, tan trillada por políticos y periodistas, ha jugado un papel condenado a languidecer en la medida que pierda escuchantes, lectores y telespectadores. Esta desatención iliberal sobre lo público es un problemón, que se retroalimenta con el ruido existente y que lejos de enderezarse puede acabar estallando en nuestras narices con toda su crudeza. Y no hay fórmulas mágicas para revertirlo. Y de ahí el drama y sus costes, que ya están a la vista.