Habla Irene Montero en su libro Algo habremos hecho de las intensas emociones vividas al comienzo de Podemos. Plantea que aquel subidón en mucha gente que procedía de “una cultura militante de la derrota” pudo convertirse en un obstáculo para quien “nada podía ser mejor que esos inicios”. Montero constata que “la ilusión no puede ser la principal emoción de un proceso político transformador de largo recorrido”, que esa fuerza dura lo que dura, y que la nostalgia “solo trae parálisis”. De ilusión también se vive, dice el refrán, pero solo a ratos. En política hay que tener un ojo puesto en los puñales de los camaradas. 

AUTOLESIONES

Lo que cuenta Montero es aplicable a aquellos independentistas catalanes varados en la melancolía de cuando pisaron nieve virgen y parecían ser la voz del carrer, olvidando sus grandes debilidades. Hoy están en la oposición. En contraste, el devenir político fiscal vasconavarro vuelve a interesar en Catalunya, donde se nos mira de reojo. Hace días Imanol Pradales estuvo en Barcelona y participó en un acto de La Vanguardia. “Acostumbrados a esa tendencia autolesiva del nacionalismo catalán, escuchar a los dirigentes nacionalistas vascos como el lehendakari resulta lenitivo para la gente de orden”, ironizó Jaume Aroca en este diario.

Pero para pulsiones autolesivas y tiros al pie, las que ha ofrecido en estos años el mundo Podemos, con figuras como Íñigo Errejón o Yolanda Díaz, que como estrategas parecían turbinas y han resultado molinillos. Es lo que tiene el exceso de vanidad o de burbuja, el afán por desarmar proyectos, o esas ganas de morir matando como las de la vieja guardia del PSOE, que sigue obcecada en calzarse a Pedro Sánchez.

Irene Montero cuenta en su libro que una explosión emocional como la de los inicios de Podemos puede ser un problema si luego lleva a la nostalgia

PODEMOS VERSUS BILDU

La curva rápida de Podemos contrasta con la trazada larga de EH Bildu, socio estable del PSOE, una posición inimaginable hace años, de apoyo sólido del Gobierno central. En esta praxis en la que algunos ven un ejercicio de penitencia histórica, de conveniencia pragmática o de inteligencia política, resulta reseñable la pervivencia de Arnaldo Otegi, que en unos días renovará como líder de la coalición después de más de 27 años en puestos de mando, sin haber sido devorado por propios ni extraños. Otegi ha dicho en 7K que hay que “entender el tiempo más en términos orientales que occidentales” e “intentar pensar más a medio-largo plazo”. Caiga como caiga el susodicho, habrá que consignar que con 66 años algo sabe de eso, si nos atenemos a la perdurabilidad de su liderazgo, con más horas de pilotaje que Xabier Arzalluz en el PNV, quien ocupó la presidencia del EBB desde 1980 hasta 2004, cargo ahora en plena disputa interna.

La llamativa durabilidad de Otegi, con todo lo sucedido desde 1997, se fundamenta en parte en su particular carisma, en su capacidad oratoria y en su influencia exasperadamente lenta pero relevante para la consecución del final de ETA. Su último paso por la cárcel (2009-2016) le reforzó. Otegi es el arquetipo de quien siempre cargará con su pasado, pero que puede esgrimir un tránsito. Y eso narrativamente resulta atrayente desde que el mundo es mundo.

Volviendo a las ilusiones iniciáticas de las que alerta Irene Montero. El júbilo es ahora un activo del trumpismo y sus variantes. El pensamiento ultra ha despegado y comporta un pulso enorme; eso exige defender más y mejor el progreso democrático y los valores ilustrados. La fiebre ultra está en su pico. La pregunta ya no es qué está pasando, sino qué se puede hacer. Necesitamos urgentemente antipiréticos, en forma de talento político, social y cultural humanista. ¡Talentosos del mundo, uníos! Que ya vamos tarde.