Claro, a lo tonto a lo tonto uno va teniendo una edad y las cosas ya no le filtran por la cabeza como antes, que debían de ser estar las neuronas más expectantes y alargadas hacia fuera del cerebro y captaban más asuntos. Ahora para cuando soy capaz de repetir en mi cabeza que a las obras de Beloso las hacen llamar Corredor Sostenible de Beloso pues me cuesta un esfuerzo que me tengo que tomar un Nolotil. Antes a estas cosas se le llamaba obras. A secas.

Hay obras en Pio XII, decía uno, esa charlotada del carril-bici blanco y rojo. Las obras eran obras, los obreros eran obreros y no había una fábrica de hacer expresiones empalagosas o floristerías de palabras para comprar sustantivos y adjetivos que te embelleciesen los asuntos. Eran obras. Punto. Mejores, peores, más tocas, más verdes, más cementazo. Lo que tocase.

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La calle Fuente del Hierro, entre Iturrama y Serafín Olave, en obras Unai Beroiz

Ahora no hay una sola cosa que se haga en las ciudades –en esta incluida– a la que no se le llame de algún modo repipi. Que si amabilizar, que si corredor sostenible -corredor sostenible es Ingebritsen. O Fisher, que acaba de batir dos récords mundiales en dos días-, que si la plaza de Santa Ana y revitalizar, que si lo otro. No quiero imaginarme qué clase de Campeonato del Mundo de Verbos y Adjetivos vamos a tener por aquí cuando coja ritmo lo de los Caídos y empiecen a resignificar –otro palabro envolvente–.

Y cuidado, que fantásticas en principio las ideas, los contenidos de muchas obras –incluido Sarasate– y los resultados, que van a mejorar lo previo, que es para lo que se supone que se hacen las cosas, para arreglar lo que ya funcionaba o para mejorar lo existente. Es más esa manía de los tiempos, propia de toda clase de actividades, no solo de la política, de presentar las acciones con nombres y apellidos relevantes o sugerentes, como si ya no nos diera satisfacción el léxico de antaño. Vaya pedazo de obra cojonuda en Beloso. Nos hacemos viejos.