Ha dicho el actor José Sacristán a nuestra compañera Paula Etxeberria que la historia no la hacemos, sino que la padecemos, y que no cree que haya habido tiempos en los que la profundidad filosófica haya sido objeto de más atención. Él más bien piensa que “vamos dando bandazos de un lado para otro”. Sacristán cumplirá pronto 88 años, los que celebraría mi padre el próximo mes de junio. Me gusta saber que queda gente de su quinta con salud envidiable y lucidez para hablar de lo que pasa. Larga y buena vida a los supervivientes de esa generación que nació en una época desdichada. Mi padre en particular el mismo día en que se mató Mola; supongo que por eso el cura le quería poner el nombre de Emilio, algo a lo que mi abuela se negó.

Sacristán es ejemplo de vejez excelsa, aún en activo tras seis décadas de carrera. Su reflexión escapa de la nostalgia y desmiente algún mito. A veces evocamos un país pretérito de enciclopedias domésticas, donde la gente rezumaba tinta impresa y fumaba la pipa de la sabiduría viendo La clave. Donde la política era una aleación de compromiso y erudición, y la universidad un ágora griega. No, ese país no existió. Todo fue mucho más pedestre. limitado y superficial; no idealicemos el pasado, por más que ahora el estado de la opinión pública esté sujeto a un cambio de hábitos con serios riesgos.

TABLEROS AJENOS

El problema es aún más profundo. Vivimos en un mondo difficile que básicamente desconocemos. La geopolítica está de moda, pero la información internacional continúa determinada por corresponsalías y agencias. Mirando el mapamundi, seguimos prácticamente desconectados de África, sabemos muy poco de China y menos de la India. De Oceanía ni hablamos. Trump nos asombra porque desconocemos el fondo de la sociedad estadounidense, y Rusia parece comenzar y terminar en Putin. Obviamos lo que no nos conviene o nos afea, como que este orden nació también de las cenizas de Hiroshima y Nagasaki

La geopolítica está de moda, pero sabemos poco de China y menos de la India, mientras Rusia parece comenzar y terminar en Putin

Seamos más honestos y socráticos, no conocemos ni lo que pasa en León, vamos a saber lo que ocurre en el planeta, salvo pinceladas, brochazos y culturilla de Trivial. Por mucho que en las tertulias los todólogos sean requeridos por doquier, tienen mala fama, y los y las verdaderamente especialistas no abundan tanto. La mayoría del personal ve en la política una burbuja con políticos y periodistas que nos gustamos demasiado. Vivimos en nuestra isla, a lo sumo bordeando archipiélagos, por más que nos mueva una voluntad de servicio público.

LA METÁFORA DEL ICEBERG

Mientras tanto, aquel mundo lejanamente extranjero, está ahora tan interconectado que determina nuestro paisaje ambiental y cultural. El eje transtlántico se reconfigura, y toca surcar nuevas corrrientes con el georradar a punto. Más Europa sí, por supuesto; más autonomía también, claro. Pero cuidado con laminar nuestro centro de gravedad entre cantos de grandeza, no vaya a ser que entre tanto label europeísta, nos cuelen un camelo y este clima emergente tenga más de reaccionario de lo que parece. En la UE chisporrotea el ardor del orgullo herido y el ataque de cuernos. Un sentimiento de orfandad cuando no de traición y la voluntad de sacudirnos deprisa la afrenta recibida. Algo entendible, que sin embargo exige cautela. Los intereses y poderes profundos, como los icebergs, suelen estar en gran parte ocultos a la vista, y como bien señala Sacristán somos muy dados a los bandazos.