Me asomo a la contraportada de este periódico un poco como en aquellos trenes antiguos, donde el último vagón permitía ver en retaguardia las vías por las que habías pasado, el paisaje que queda atrás. En la cabecera estaba Buster Keaton cuando era maquinista de La General, yo no: eso me permite permanecer ajeno a las vicisitudes de la actualidad (en el caso de la película que el año que viene cumplirá un siglo era la guerra de secesión, el amor imposible o el deber). Desde el vagón de cola la realidad se ve diferente, uno escribe a toro pasado, por así decirlo.

Pero por cambiar en este primer lunes de primavera quería acercarme hacia la locomotora para observar las cosas que nos vienen: por ejemplo el miércoles 26 es el día mundial del clima, ese que nos está demostrando cómo la necedad humana nos dirige a un precipicio seguro pero aún hay gente como la Fundación Clima que intenta romper la inercia y proponer un cambio que nos permita parar la locomotora antes del puente (otra metáfora ferroviaria que ha aparecido tanto en el cine). Hay que trabajar porque incluso a los negacionistas habrá que salvarles el futuro.

Y luego el sábado 29 tenemos un eclipsito de Sol. Nos iremos con los telescopios de Astronavarra a verlo desde Lerín, que es un pueblo que quiere a la astronomía. Allí los chavales del colegio están aprendiendo sobre estos fenómenos celestes y preparando instrumentos para observarlos de manera segura. Porque conviene no mirar al Sol a lo loco, y no solo porque el eclipse solamente tapa un poquito del disco: siempre es peligroso y no hagan caso a los negacionistas del asunto, que el mundo está tan tonto últimamente que incluso habrá quien niegue estas cosas, como niegan que la Tierra sea esférica.

Más madera, me digo, aunque la semana que viene me volveré a mirar desde el cabús.