Las explicaciones técnicas que se están dando sobre la posible causa del apagón que nos dejó entre 3 y 10 horas sin electricidad el lunes son tan complejas para el ciudadano medio que no tengo ninguna duda de que muchos van a ser pasto de los bulos, los inventos, los sujetos tipo Iker Jiménez –ardo en deseos de conocer la versión de Miguel Bosé acerca de los hechos– y cualquier argumento o idea que les asiente en su permanente estado de sospecha. Hay personas, muchas, así, que sospechan de todo, de la misma manera que las hay que se quejan de todo o, al contrario, las que no ven motivo de queja en nada y pasan la vida diciendo “pero estamos bien”. No hay más que ver al PP, que lógicamente carga contra Sánchez, contra el que van a cargar haga lo que haga en cualquier plano de la responsabilidad política. No tengo ni idea de qué ha pasado y posiblemente no lo sepamos en semanas o meses, pero sin habernos recuperado aún de lo del Papa –ahora no se acuerda de él ni el tato, aunque el asunto se reactivará el 7 de mayo con el Cónclave– pasa esto y tenemos rabiosa actualidad para meses. Y digo rabiosa con idea, porque en este país no se puede pasar por un trance de la clase que sea sin que los políticos y muchos ciudadanos no nos lancemos las zapatillas de casa a la cabeza aunque no veamos ni un metro. Va con el carácter: se va la luz, bajas al bar, te pides algo aunque esté caliente y a elucubrar. De la misma manera, yo vi con estos ojos mucha gente en coche cediendo amablemente el paso a los peatones en los pasos de cebra sin semáforos, personas respetando turnos sin problemas y en general, y salvo los habituales saqueasupermercados, bastante tranquilidad. Cierto es que nos pilló a finales de abril y no un 12 de enero a 2 grados y oscureciendo a las 5 de la tarde, pero nuevamente la gran mayoría actuó tranquila y los profesionales esenciales volvieron a estar dando el callo.
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