La “gran coalición”, la fórmula que ha permitido en el pasado a Alemania superar la ausencia de mayorías estables por la emergencia de los partidos periféricos de izquierda y derecha, se repite sentando un precedente inesperado: el nuevo canciller, Friedrich Merz, recibió una seria advertencia desde las filas propias de la coalición de cristianodemócratas y socialdemócratas. Por primera vez en la historia de la República Federal de Alemania, el candidato precisó una segunda votación parlamentaria por no alcanzar la mayoría que le garantizaba la suma de los escaños de su partido, sus aliados históricos socialcristianos bávaros y los coaligados, tras liderar el gobierno saliente, del SPD.

La propia figura de Merz estaría detrás de esta sorpresa que resultó solventada en segunda vuelta. El nuevo jefe de gobierno alemán es un conservador del ala derecha que ha alcanzado el liderazgo de la CDU prácticamente por descarte, tras haber sido relegado en el pasado frente al perfil mayoritariamente centrista de su partido que representaba Angela Merkel. Con un enfoque económicamente liberalizador y de recorte del gasto público y socialmente convencido de que absorber parte del discurso de la ultraderecha es el mejor modo de desactivarla –como otros líderes conservadores han interpretado– su perfil distante no ha logrado superar hasta la fecha la desconfianza que suscita.

El desmarque parcial de ayer transmite a Merz la evidencia de que deberá modular consensos con sectores de su partido y de su coalición de gobierno que van a presionar por su flanco débil: el fracaso de su estrategia de contención de la extrema derecha. El 20% de respaldo cosechado por AfD en las últimas elecciones es un resultado histórico de los ultras, lo que ha hecho al nuevo canciller cosechar el reproche de haber naturalizado su discurso él mismo flirteando con los mensajes de tintes xenófobos.

Lejos de desactivar la amenaza a los principios democráticos, ha servido para dar alas al relato antieuropeísta. Merz encara un mandato en el que su programa económico, social y público deberá ser acordado constantemente si quiere sacarlo adelante. Se ha beneficiado de un ejercicio de responsabilidad que mantiene el cinturón sanitario al extremismo, pero los retos de la reactivación económica y social demandan consensos que impulsen políticas.