Los debates nominales los carga el diablo, porque son trascendentes. Llevamos décadas discutiendo cuán vasca es Navarra; la cuestión no alcanza el consenso, y la mayoría social se niega en redondo aceptar un término que designe al conjunto de territorios vascos o de habla euskaldun.
Hispanoamérica sí, Euskal Herria no. Ese es el baremo de un amplio espectro de la sociedad, tanto de quien desearía reducir el componente vasco de Navarra a un museo etnográfico, o de quien somete esta realidad a un catálogo de enmiendas y condicionales.
Con todo, Euskal Herria gana usuarios con desigual penetración, en línea con las brechas sociológicas que genera la zonificación lingüística en Navarra, que esa es otra. En la Transición se hablaba más de Euskadi, como sinónimo de Hegoalde, y la derecha acabó rechazando el término hasta para referirse a Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, optando por País Vasco, en castellano, también estatutario.
Mientras, otros nos fuimos acostumbrando al acrónimo CAV como una especie de tecnicismo aseado, sustituyendo aquello que nos parecía tan franquista de Vascongadas. La Comunidad Autónoma Vasca define la realidad institucional de esas tres provincias, pero muchos han acabado concluyendo que si esa autonomía se llama vasca, Navarra no lo es, o a lo sumo cuatro valles verdes con sus caseríos y ovejitas a modo de reserva.
El debate
La institucionalización de lo vasco en la CAV ha tenido como contrapartida esa disociación existente en Navarra. “Solo puedo decir que hasta los años 70 el navarrismo españolista asumía lo vasco y la identidad histórica de Navarra sin ningún problema”, afirma el historiador Peio Monteano, que ha publicado un libro sobre la Baja Navarra entre 1512 y 1529.
Hoy muchos han reducido lo vasco a solo tres provincias. Respecto a Iparralde, y su marca Pays Basque como activo turístico y de identidad, basta comprobar cuántos navarros dicen ir a Francia cuando se desplazan a Hendaia. Todo eso que escuchamos subleva a algunos vasquistas, entristece a otros, y reafirma a la derecha más españolista. Y el término vasconavarro, que en su día tuvo arraigo, hoy no convence ni a unos ni a otros.
Muchos conciudadanos acotan a la casi nada el componente vasco de Navarra, y lo reducen a una mera cuestión política
Ahora que vamos de efemérides
Hubo cosas que no se hicieron bien en la Transición o se debieron hacer mejor. Es comprensible que tras tantos años de dictadura y con la correlación de fuerzas existente hubiera errores de cálculo en el vasquismo democrático. Sin olvidar el profundo daño que hizo ETA a lo vasco. En general, el futuro de Navarra se ventiló con múltiples suficiencias y algún error clave. Dentro de un contexto donde, por ejemplo, hasta 1982 no surgió un nuevo diario con capital en Pamplona. El debate terminológico era fundamental y sobraron maximalismos.
“El nombre del país de los vascos no puede ser mutante o estar lleno de sinónimos” nos dijo el sociólogo guipuzcoano Iñaki Azkoaga hace tres años. Él pensaba que ahora se puede hablar de este problema con mucha más tranquilidad, “sin tantas tiranteces”. También creía que la expresión Nafarroa Euskadi da fue “bastante negativa para todos”.
Aunque una entidad como Eusko Ikaskuntza hoy aboga por Vasconia cuando hablamos en castellano o el propio Azkoaga defiende Baskonia, el término, independientemente de su grafía, no ha tenido de momento un gran éxito popular. Los nombres son decisivos y el asunto puede incomodar, pero el elefante está ahí. Son 50 años desde el inicio de la Transición. Medio siglo, otro mundo, otro contexto para abrirnos todas y todos, de un lado y otro, a refrescar las perspectivas.