Medio siglo después de la muerte del dictador Francisco Franco, los recuerdos personales adquieren fuerza, y son complementarios a los más generales de carácter histórico. La memoria de cuatro nombres propios nutre este reportaje. La de Francisco Javier Enériz, Milagros Rubio, Koldo Amezketa y Víctor Moreno, además del análisis de la historiadora Nerea Perez Ibarrola.
El abogado y ensayista Javier Enériz contaba con 16 años aquel 20-N, pero mantiene recuerdos muy frescos en su rutina. “Había empezado COU, vivía en la calle Curia de Pamplona, un lugar privilegiado para ver las cargas de la Policía Armada sobre trabajadores y manifestantes. Todo el mundo estaba pendiente desde días antes del inevitable fallecimiento.
A mí me habían dejado impactado los fusilamientos de septiembre, el cierre de las fronteras –vamos a pasar hambre, repetían los más pesimistas–, la manifestación del 1 de octubre en la plaza de Oriente de Madrid que la tele cifraba en un millón de personas (lo cual se decía que era imposible por pura capacidad del lugar)” y una enfermedad “cuya evolución nos había permitido aprendernos de memoria ‘el equipo médico habitual’:
El boca a boca transmitía algunas chanzas y augurios: Franco se ha resfriado por no llevar una mano tapada con un guante (la otra sí lo estaba), la fecha de la muerte va a ser el 19 del 11 de 75 porque es la suma del 18 del 7 del 36 y del 1 del 4 del 39 (días de inicio y final de la guerra); como no se muera pronto, se me va a helar el champán en el frigorífico…
El personal estaba a verlas venir. Las octavillas de los partidos de izquierdas volaban por algunas calles tan rápido como se recogían, la policía secreta paseaba discreta con sus insignias bajo las solapa de los abrigos presta a detener a los agitadores, la Policía Armada patrullaba en sus jeeps de color gris imponiendo un miedo atroz y en cualquier momento bajaba un guardia con gorra de plato y abrigo largo y soltaba un porrazo provocando carreras…
Cuando Franco murió, había gente con la cara compungida y otros con una sonrisilla fina. Mostrarse muy contento no era aconsejable.
Miilagros Rubio: “Había esperanza y temor”
Milagros Rubio, histórica representante de Batzarre, contaba con 23 años en aquel otoño de 1975. “Llevaba años trabajando en la clandestinidad por la democracia y la finalización del franquismo. Primero en comités de barrio en Tudela, después en Comisiones Obreras”. A pesar de esa “experiencia en la pelea antifranquista”, reconoce que eran “unos pipiolos políticamente hablando, puesto que aquí no conocíamos lo que era la democracia”. La noticia le pilló trabajando en SKF. “Unos lo celebraban otros se callaron... todos teníamos mucha expectativa sobre qué iba a pasar y la conciencia de que algo tenía que cambiar, pero veíamos todo muy verde. Fíjese qué poco hacía de los fusilamientos... Los aparatos del Estado estaban ocupados por el franquismo y decíamos que eso de un día a otro no iba a pasar a manos de la democracia, y de hecho así fue”. Con todo, “había esperanza y temor”. Y eso que la represión a la izquierda fue “continua”. “Todas nuestras manifestaciones eran prohibidas o acaban a pelotazos y a golpazos. Los temores en el momento de la muerte de Franco tenían su fundamento”.
Koldo Amezketa: “Fui a cenar a Hendaia con unos refugiados”
Koldo Amezketa, quien con los años se convertiría en histórico miembro de Eusko Alkartasuna, recuerda con nitidez aquel 20-N , que le pilló con 31 años. “Trabajaba en una fábrica de mobiliario de Irun, y pasaba al otro lado con mucha frecuencia, tenía amigos refugiados”. La mañana en que se hizo oficial la muerte le llamó “un amigo refugiado de Pamplona”, que le invitó a cenar a Hendaia. Amezketa compró un par de cajas de cava, y pasó la frontera sin problemas.
Entre los comensales se encontraba José Luis Álvarez Emparantza, alias Txillardegi (fundador de ETA), que según recuerda Amezketa, llegó con su mujer y los hijos. Tras la cena, en la zona de la playa había una fiesta de “gente refugiada por una u otra razón”, “y ahí estuvimos hasta la una o una y media de la mañana. Los jóvenes festejándolo”.
La sensación general era que la muerte de Franco “en principio no cambiaba nada”. “El rey era el ahijado, el promovido, pero tampoco estaba claro qué papel iba a desempeñar”, si bien rememora Amezketa, “algo tenía que cambiar, porque con lo de Carrero Blanco la previsión de continuidad del Gobierno se había cortado”.
Víctor Moreno: “Vivía con un compañero que resultó ser de la ORT y me detuvieron”
Nacido en Villafranca en 1951, Víctor Moreno contaba con 24 años en noviembre del 75 y combinaba estudios en la Universidad de Deusto con un trabajo como profesor de escuela. “Su muerte biológica nos pareció un acontecimiento estupendo por cuanto entendíamos de forma ingenua que aquello desaparecería por encanto. Pero pronto nos caímos del guindo. Vivíamos varios estudiantes en un piso, y varios trabajaban también, como yo. Lo celebramos abriendo unas botellas de cava y de cerveza. No militábamos en partidos, salvo uno, en la ORT, y no nos dijo nada.
A los días en la Universidad se me aparecieron dos conocidos, militantes de la ORT. Yo tenía compañeros en el trabajo, pero no comulgaba para nada con su ideología. Me dijeron que no me acercara por el piso, que había habido un chivatazo y la policía había ido”. Pasó casi un mes escondidos, sin salir de otro piso que le habían ofrecido estos militantes.
“Se había muerto el dictador y estábamos peor que antes. Estábamos tan aburridos de la situación que me fui a a la escuela donde trabajaba. La directora del centro se portó maravillosamente bien conmigo porque no dieron parte a nadie. Pero a la media hora aparecieron tres policías, me sacaron esposado y me llevaron al cuartel de La Salve. Nada más llegar un policía me dijo que a tíos como a mí les disparaba el cargador de la pistola en un momento. Y yo, que era un ingenuo, le dije que me parecía imposible que un funcionario del Estado me pudiera disparar así como así. Me llovieron hostias por todas partes. Me metieron en un cuarto sin quitarme las esposas, y entró un señor alto y fuerte, y me acusó de repartir propaganda de la ORT. Posteriormente supe que le habían encontrado al compañero del piso una maleta con propaganda, pero no teníamos ni idea. A los años descubrí que el inspector que me interrogó era José Amedo., súbdito fundamental de los GAL. Me metieron en otro cuarto, me ataron con las esposas a una mesa, me dejaron allí prácticamente toda la santa noche de pie. Un policía le dijo a otro que tenían ahí a un comunista. A estos habría que fusilarlos a todos, dijo el otro”.
“Sigue dominando un relato de la Transición muy desde arriba”
Nacida en Iruña, en 1984, además de docente, Nerea Perez Ibarrola es investigadora del Fondo Documental de la Memoria Histórica en Navarra.
Esta profesora destaca la existencia “de una especie de cultura pública respecto a la Transición” que a pesar de las nuevas aportaciones de la historiografía, se “sigue manteniendo un relato de las grandes figuras, muy desde arriba, que continúa dominando socialmente, de que la hicieron los grandes partidos, el consenso, la ejemplaridad, el papel del rey”. Esa historiografía recoge que en paralelo “en la calle estaban pasando muchas cosas también importantes para entender la Transición e interpretarla”.