Esto que cuento tiene varios testigos presenciales que lo pueden acreditar: el titular de una parroquia que oficiaba un funeral entregó al viudo un sobre vacío al tiempo que le daba el pésame durante el oficio religioso: el sobre era para que no olvidara depositar la dádiva por las honras fúnebres. El suceso fue muy comentado, no tanto por el importe como por el poco tacto del cura al mezclar un Requiescat in pace con billetes de curso legal.
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Desconozco si el sacerdote se acogía a una orden taxativa del Arzobispado o, particularmente, a una apremiante necesidad por falta de recursos para mantener el templo y las obras de caridad. Lo digo porque es habitual que la Iglesia apele periódicamente a la generosidad de los fieles, a la aportación extra más allá de la recaudación fija de canastillos y cepillos. De esos donativos económicos procede la mitad de los 29,2 millones de euros ingresos en Navarra en 2024.
Me llama la atención ese toque en el bolsillo de la feligresía cuando, según la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro, la Iglesia católica ha inmatriculado solo en la Comunidad foral: 234 huertos, 216 campos de cereal, 195 campos, 187 viviendas, 181 campos de secano, 101 fincas urbanas, 52 fincas rústicas, 32 jardines, 36 locales, 20 locales comerciales, 17 almacenes y 17 olivares”.
No dudo ni de los datos recopilados por quienes defienden el patrimonio ni que, de su lado, la Iglesia navarra asista a cerca de 41.000 personas, como hizo público en noviembre. Pero tanto pedir cuando acumula tal número de propiedades contraría a fieles y a no practicantes, como acredita que sigue bajando el número de quienes marcan la X de la Iglesia en la Declaración de la Renta.