Es una pena que no haya vivido lo suficiente, ahora que se tenía la esperanza de que la justicia argentina hubiera podido abrir las páginas negras de Manuel Fraga Iribarne, para que las últimas generaciones conocieran su auténtica biografía, así como las que lo sufrieron tuvieran un pequeño aliento de justicia. Fraga fue parte importante de la dictadura franquista, ha sido considerado cómplice y partícipe de cantidad de actos genocidas y crímenes del régimen entre 1936 y 1977. Cuando se terminó la dictadura fascista, no solo no fue juzgado (o por lo menos apartado de la vida política), sino que siguió desempeñando cargos y responsabilidades políticas como por ejemplo la presidencia del PP, presidencia también de la Xunta de Galicia, senador últimamente... Y durante el periodo en el que Fraga tenía el cargo de ministro, se produjeron acontecimientos tan graves como el fusilamiento del comunista Julián Grimao, los cinco trabajadores asesinados en 1976 en Vitoria, con 100 trabajadores heridos por fuego de la Policía armada (dependiente y responsabilidad de Fraga)...

Posiblemente si algo coincido con sus seguidores, es que Fraga tenía que haber vivido más años, por mi parte que aguantase lo suficiente para que su último juicio final fuese en la tierra, aquí, en el mismo lugar donde ha cometido sus atrocidades, en el mismo lugar donde nunca ha tenido ni un gesto con las víctimas de la época golpista, y mucho menos de arrepentimiento. Pero tampoco le deseo que le fusilen como ellos lo hicieron por pensar diferente y defender un Estado democrático, no quiero que muera por alguna bala perdida como las de Vitoria, tampoco quiero que lo magullen a porrazos simplemente por ser sindicalista, ni le deseo que se tropiece y se caiga por las escaleras de cualquier vieja comisaría. Tampoco quiero que porque hable en galego le partan la boca, no quiero que lo detengan y se lo lleven a dar un paseo sin vuelta simplemente porque el cura de la parroquia lo ha señalado con el dedo por no acudir a misa o por pensar diferente, ni quiero que les amarguen la vida a sus descendientes ni les metan aceite de ricino solo por ser familiares de Fraga, como tampoco quisiera que ahora que está muerto tiren su cuerpo a cualquier cuneta perdida. Porque en ningún momento me gustaría tener algo en común con toda esa estirpe que ha sido partícipe de Fraga Iribarne. A muchas personas nos hubiera gustado que su cuerpo hubiese aguantado lo suficiente, para que en un posible juicio se hubiera desmoronado todo un símbolo, un icono o, de alguna manera, uno de los últimos espíritus de la época de la dictadura golpista.