Ese militar golpista declaró a la prensa internacional estar dispuesto a matar a media España para salvar a la otra media; más aún, siguió matando a sangría fría muchos años después de terminada oficialmente la guerra. Sin duda, cifras cantan aquí fúnebremente, Franco ha sido el mayor asesino de nuestra historia; incluso el mayor homicida, por las muchas docenas de miles de soldados o partidarios suyos que murieron debido a su impericia militar y a su menosprecio de la vida ajena.

También, si no el mayor -hay tanta competencia-, ha sido un gran ladrón en nuestra historia, por las enormes riquezas que acumuló con malas artes, como se acaba de destapar en uno de sus manejos con el pazo de Meirás; rapiñas de las que se pavoneaba, su pareja, la collares, que tenía la desvergüenza de ponerse a la vez varios de los que robaba en las joyerías con el siniestro truco de desafiarles a que enviaran la cuenta a su marido.

Vergüenza también el que medio siglo después de su muerte la mayoría de los ciudadanos y medios de difusión tengan miedo de denunciarlo y que el Gobierno encuentre tantas dificultades para poner al tirano en su sitio y reclamar a sus familiares y cómplices cuentas de sus complicidades políticas y sus descarados saqueos.