i John Steinbeck levantara la cabeza quizás volvería a reposarla de nuevo tras ver el atropello cometido por algunos editores y distribuidores con alguno de sus libros. Pongamos que te decides a leer su novela De ratones y hombres, una de sus más aclamadas junto a Las uvas de la ira. Tras acceder a la web de la editorial Edhasa, también en La Casa del Libro y otros muchos comercios, leemos como parte del resumen de la obra el siguiente texto: “la insatisfecha esposa del patrón pone en serios aprietos a Lennie, que la mata accidentalmente y huye al bosque”. El momento de estupefacción vivido tras esta revelación, spoiler, hijoputez o como se le quiera llamar, es grande. El libro lo vas a disfrutar porque es bueno, pero te hace pensar si algún trabajador de esa editorial no sería originariamente comercial de batidoras eléctricas y acabó de rebote en el mundo del libro; sin haber tocado uno en su vida. Es decir, el argumento de venta es contarte un momento decisivo que tiene lugar en el penúltimo capítulo, justo en el clímax de la novela. Todo un detalle que no nos cuenten el inesperado y emotivo final. Por falta de ganas no sería.

Incomprensiblemente, es algo que sucede habitualmente con los productos culturales. Un ejemplo práctico en cine. La última película de Matteo Garrone estrenada en España, Dogman, llevaba en su cartel publicitario una imagen de un hombre que llevaba cargado al hombro a otro hombre aparentemente muerto; les acompañaba un perro. Un extracto de la sinopsis de la película: “Marcello, un peluquero canino que adora a su hija, se deja explotar por Simoncino, un exboxeador que aterroriza al vecindario. Sin embargo, la paciencia tiene un límite y la venganza del hombre humillado es la más terrible”. No hay que ser muy lince para ligar cartel y sinopsis, entrar en la sala y esperar el momento.

¿Qué pensará Matteo Garrone, a John Steinbeck no le podemos preguntar, de las técnicas publicitarias para promocionar su película? ¿Existe alguna justificación? Personalmente solo puedo ver una falta de sentido común en unas decisiones que quizás se hayan tomado sin mucho análisis crítico y debate. Es evidente que el producto cultural necesita ser promocionado como cualquier otro producto de consumo; ahora, determinadas decisiones no hacen más que perjudicar la experiencia de espectadores y lectores; quienes lo pagan. Quizás habría que enseñar que vender una película o un libro no es lo mismo que vender hamburguesas de potro, donde sí que es conveniente dar al consumidor toda la información del producto antes de que lo consuma. Por cierto, que la sugerencia de la RAE es utilizar el término destripar en lugar de hacer spoiler. Aviso: destripes.