Esa mañana me puse una camiseta y unas mallas de deporte para pasear a mi perro. Salí tan apresurada procurando no enredarme con la correa que ni siquiera los vi llegar. Unas voces masculinas gritaron un: "¡Joder!", al unísono. Me giré con la sangre hirviendo en mis venas. Dos hombres de unos treinta años, me miraban desde su coche como las vacas al tren. Ni siquiera pestañearon. Se quedaron quietos hasta que se cansaron de observarme y se marcharon sin decir nada. Fue sucio, fue vulgar. No es la primera vez que siento esta impotencia y estoy convencida de que no será la última. Da igual la edad que tengas tú y la edad que tengan ellos. A veces son miradas, a veces silbidos o ruidos simulando ganado. Luego se quejan de que generalizamos. No. Que ellos nos respeten. No tengo que aguantar esto. Ninguna mujer tiene que hacerlo.