Este fin de semana ha sido Carnaval y yo me he puesto un disfraz de elaboración propia. Había decidido probar algo nuevo y que sorprendiese y, tras mucho pensarlo, el sábado me puse un disfraz de estoico. Debajo de él, para no pasar frío, me enfundé en una camiseta bastante gruesa tejida en pensamientos profundos. Encima de ésta me puse una camisa de alegría sincera por el bien ajeno. Los pies los vestí con unos gruesos calcetines de vive y deja vivir. Encima de la camisa me puse un jersey de vive en armonía con tu entorno, y por pantalones me puse unos de perdón sin resentimiento. Por último, me abrigué con una chaqueta de compresión, de ponerme en el lugar del otro, y me puse unos zapatos humildes y libres de ostentación. Antes de salir me miré en el espejo: mi disfraz de filósofo estoico era perfecto, pero me faltaba lo principal, una careta de un rostro sereno que reflejara fuerza interior. Me puse el abrigo de contemplación y sufrimiento, y salí a la calle dispuesto a disfrutar de la noche de carnaval.Nada más salir me encontré con una pandilla de adolescentes que empezaron a reírse de mi disfraz y a llamarme panoli y viejales. No les hice caso. Un poco más adelante un grupo de sesentones salía de un bar. Iban algo bebidos y los hombres, mientras las mujeres me miraban con desprecio por haberles estropeado la fiesta, me agarraron para que bebiera algo con ellos. Me deshice de su abrazo lo mejor que pude y me encaminé al Casco donde había quedado con los de la pandilla. Nada más llegar vi que no había acertado con mi disfraz. Un amigo que siempre ha sido algo mal intencionado, empezó a meterse conmigo, rabioso por mi disfraz de no querer problemas y de comprensión, que sin duda era lo que más le cabreaba. Sin embargo, el problema fue que a él se sumaron otros amigos que de normal son agradables y nada envidiosos. Al poco tenía a varios de ellos molestándome y forzándome a beber. Luego empezaron a discutir y a pelearse entre ellos por mi culpa, así que decidí marcharme a casa. Ya había tenido suficiente.En mi camino de vuelta tuve que pasar frente a la iglesia, de la que salía en ese momento un cura, que, al verme, vino directo a mí. Me dijo que quién me creía que era llevando ese disfraz. Que estaba difundiendo falsas religiones y creencias, y que por favor me fuera de allí. Que los pensamientos profundos y la sabiduría interior de nada sirven si no van acompañadas de fe. Yo no quise discutir con él y me fui corriendo. Sin embargo, a los pocos metros de dejarlo atrás, una pareja de municipales me paró y me pidió la documentación. Luego me llevaron a la comisaría y me amenazaron con una denuncia por alterar el orden público con mi disfraz. No podía ir por la calle mostrando pensamientos profundos y vida contemplativa, y menos en un día de fiesta. Me llevaron a casa en coche para que nadie más me viera.Nada más subir a casa, me quité el disfraz cargado de vida interior y de filosofía, y que tantos problemas me había causado, y lo arrojé a la basura. Créanme cuando les digo que prefiero los días normales en los que me visto de vida superficial, de dolor ante la alegría ajena, de envidia y de resentimiento. Nadie me molesta y me dejan vivir en paz.