Van transcurriendo los años y el devenir del Premio Príncipe de Viana resulta muy decepcionante. Unas veces por la más que discutible elección del ganador; siempre, por prescindir de colectivos o artistas ejemplares. Estoy pensando en artistas (y esta palabra no me gusta) que han sacrificado su vida por su arte. Estoy pensando en artistas que, para sobrevivir, no han tenido otro remedio que desempeñar otros trabajos y, mientras, soñar con cumplir su horario y su semana laboral para renunciar a muchas satisfacciones y desarrollar su arte: por las tardes, por las noches, los sábados, los domingos, los días de fiesta y de vacaciones, después de su jubilación. Estoy pensando también, por qué no, en pintores, en escritores, en músicos, en actores… que, de una manera o de otra, han conseguido salir adelante solo con su arte y no sin penurias. Me vienen a la cabeza nombres como Jaime Basiano, como Miguel Munárriz, como Alfredo Díaz de Cerio, artistas que nunca fueron nominados y que demostraron sobradamente su talento y su trabajo, dentro y fuera de Navarra. También estoy pensando en la agrupación Bilaketa, siempre y durante tantos años en el tajo, ahora con números rojos y seleccionada cuántas veces. Se da la circunstancia, además, de que la política no es ajena tampoco a este premio. Me imagino que, a estos artistas, a los responsables de estas asociaciones, alguien les dijo en alguna ocasión algo parecido a: «Con eso no vas a llegar a ninguna parte».