La madre de una buena amiga agotó los últimos días de su vida pegada al Teléfono de la Esperanza. Ya anciana, seguía haciendo cuanto podía por acoger y transmutar el dolor del mundo. La feroz represión política que anteriormente había vivido en su entorno, nunca le quitó la sonrisa de los labios, la esperanza del alma. 

Cuando salía de las oficinas del Teléfono se tomaba un café con leche y pastel y se volvía a su casa paseando. Era su ritual diario para celebrar la vida que ya se agostaba. Quiero imaginar esos pasos felices. ¿Puede haber caminar más dichoso? ¿Puedes vivir una mejor vejez que la de volcar esperanza sobre las almas vacías? No la concibo. 

El teléfono de atención a la conducta suicida en España (024) ha atendido 118.885 llamadas desde que se puso en marcha, hace ahora un año. Son 335 al día, según el Ministerio de Sanidad, que ha facilitado datos hasta el pasado 30 de abril. La iniciativa gubernamental trata de responder a los récords de suicidios que nuestro Estado ha batido en los últimos años. 

La dureza de la vida es sólo la que hemos creado. Resta comprender que la cosecha es sin excepción acorde a la siembra. El amanecer siempre, siempre será a nada que pongamos de nuestra parte, a nada que lo ensayemos de otra forma más amable, compasiva y amorosa. No deberíamos nunca dudarlo. 

Una sobredosis de pastillas, una soga desdichada, un acantilado en el que abajo rugen las olas, un volantazo hacia el abismo…, jamás serán la solución. Hay huidas con retorno y las hay irreparables. Hemos de armarnos de fuerza y coraje ante cualquier tentación, pero máxime ante la más ignorante y fatal de todas las tentaciones, apagar a voluntad nuestro aliento. Nunca es la solución acabar con la vida sagrada,  intentar escapar a los desafíos que el presente nos presenta.

Quisiera vivir pegado al 024, responder al instante y mantenerme sin tiempo a la escucha. Quisiera guardia de noche y día junto a ese teléfono, responder en nombre de la vida cuando la gente llama desesperada a la vida. El fin precipitado seduce demasiada adolescencia, también madurez, sigue ganando titulares en los medios. Escribí ¿Por qué te quieres ir? (Isthar Luna Sol 2021), un contundente alegato contra el suicidio, pero los fugados no han cesado, han seguido yéndose innumerables a voluntad. Quisiera regalarle a la vida algo más que un teclear militante, otorgarle la voz enamorada a todas horas, honrarla con cuidadas palabras, sobre todo silenciosa escucha, ofrendarla al oído de lo tremendo, lo insufrible. 

Nunca es la solución dejar de acompañar a la vida, dejar de intentar ser útiles al prójimo, sustraernos de los compromisos adquiridos. No, nunca es la solución acallar el latido. Nunca se nos manifiestan retos con los que no podamos. La vida no nos pertenece. Nosotros pertenecemos a la vida. Es ella la que nos avisa cuando desea que le devolvamos la vestidura.