supongo que era cariñoso -como pieduro, metronegro o mediahostia, algunos de los que recuerdo así al instante-, pero el mote que tenía Javier Morrás, consejero de Interior, en UPN -ignoro si tenía más- era Meteosat. Me explicaron que se debía a que se enteraba de absolutamente todo lo que sucedía en el partido, fuera y por los laterales. Vamos, que era todo ojos y no se le escapaba ni media -sería un buen detective matrimonial ahora que dicen que las infidelidades se ejecutan vía WhatsApp, e-mail o redes sociales-. Se ve que con el tiempo su capacidad de observación o ha caído en picado o, más bien -más mal-, su ascenso a consejero le ha dotado de una de las peores cualidades que adquieren algunos al llegar a puestos de mando: negar las evidencias solo por no dar en parte la razón a un rival político. Qué duda cabe de que el montón del 13 de julio afortunadamente quedó en preámbulo de drama, que afectó a todos los que lo vimos, que pudo ser mucho peor y que los partidos intentan buscar réditos o migajas hasta de debajo de cuerpos aprisionados. Y que se dieron varias circunstancias que concatenadas llevaron a aquellos minutos de hipoxia y angustia. Sin embargo, reiterar como hace él una vez más que el montón se ocasionó "por caídas de mozos y no por la puerta abierta" es llamarnos a todos -que no somos políticos y ni falta que hace- ciegos de remate o interesados o directamente estúpidos. Claro que fue la caída de los mozos. Y antes que eso la propia existencia de los mozos, de sus padres, de la tradición de correr el encierro y de Pamplona y así hasta el principio. Pero negar que esa puerta abierta -al margen de culpas, responsabilidades y decisiones- supuso el 95% del problema es del género tonto y la verdad es que a los ojos de los ciudadanos le deja en muy mal lugar. Colgado y solo en la estratosfera sin ver o querer ver.