Cuando los miembros de La Manada fueron puestos en libertad el pasado junio, expresé aquí mi sensación de que, una vez de regreso a Sevilla con penas a sus espaldas de nueve años de cárcel por un delito continuado de abuso sexual durante los Sanfermines de 2016, las cosas no les iban a resultar fáciles. Y no estaba equivocada.
Desde entonces, los cinco condenados no han dejado de salir en los papeles. La prensa los ha perseguido cuando iban a firmar a los juzgados, el guardia civil Guerrero se afamó al intentar renovar su pasaporte pese a tener prohibido salir de territorio nacional, varios de ellos tuvieron que marcharse de una piscina pública una vez fueron reconocidos por otros bañistas que les increparon y el lumbreras de Boza está de nuevo en prisión por robar unas gafas e intentar atropellar a los guardas jurados que le dieron el alto, a la espera de juicio por robo con violencia e intimidación y delito de lesiones. Por ahora, que sepamos, esta historia de tropiezos termina con la decisión del Ministerio de Defensa de expulsar al militar Cabezuelo del Ejército.
Quedan diez días para que el TSJN delibere sobre los recursos presentados a la sentencia de la Audiencia navarra y, tal y como les funciona el karma, yo que ellos no apostaba sobre dónde tomarán las uvas.