los vecinos del número 38 de la calle San Agustín están -estamos- conmovidos y atónitos tras el fallecimiento de Amelia y Victorina y la situación de elevado riesgo vital que, en el momento que escribo esta columna, sufre Jesús, después de que todos ellos se intoxicaran por inhalación de monóxido de carbono en el 2º derecha de este inmueble del Casco Viejo de Pamplona. Varias de las señoras que habitan esta casa se conocen desde siempre. Llegaron hace décadas a sus pisos y han construido su existencia juntas, se han ayudado, seguro que han reñido en alguna ocasión, han visto crecer por las escaleras a los hijos del vecindario y se han apoyado cuando las desgracias llegaron a cualquiera de los rellanos, pero nunca imaginaron que una noche de diciembre un gas incoloro, inodoro e insípido acabara con dos personas y dejara a una tercera en estado crítico.

Por encima de todo, no podemos quitarnos de la cabeza esa sensación de tristeza que se nos ha quedado al saber que los tres siniestrados estuvieron horas peleando por su vida, a la par que el veneno entraba en sus pulmones, mientras los demás residentes estábamos plácidamente a pocos metros sin sospechar la tragedia a la que se enfrentaban. Sólo una puerta nos separaba de ellos y no supimos que teníamos que abrirla.