Sánchez (pero no solo él) está convencido de una cosa: unas nuevas elecciones antes de Navidad mejorarán sus resultados. Eso es crucial para él, no nos engañemos. También sabe otra cosa casi tan crucial como la anterior: sus adversarios políticos, Unidas Podemos y Ciudadanos están en horas bajas. Tienen rollos internos, están perdiendo gente y votos: unas nuevas elecciones podrían hacerles mucho daño. Así que eso es todo, amigos. Ahí se acaba la ecuación. Sánchez está encantado. Es como si, sin necesidad de abrir la boca, les estuviera diciendo: era a vosotros a quienes interesaba evitar unas nuevas elecciones, no a mí. Más claro, agua. Lo de Rivera es patético: no le puedes poner condiciones a quien está deseando que lo hagas para responderte que no las acepta. Porque te va a humillar. Y encima va a salir fortalecido. Me extrañó que Iglesias no se diera cuenta hace ya meses de la jugada. O sea, del caminito a la ciénaga de las aguas nauseabundas por el que Sánchez (o tal vez su asesor personal, su pequeño maquiavelo en la sombra) le estaba llevando con miguitas de pan. Pero en fin, no perdamos los nervios: esto solo es política. Una cosa que observo a menudo (unos días con perplejidad y otros con resignación) es que hay un alto porcentaje de la sociedad, seguramente mayoritario, que hace su vida completamente al margen de todos estos asuntos procelosos. Y es probable que siempre haya sido así. Si observas el talante de los nuevos líderes mundiales, Netanyahu, Bolsonaro, Johnson, Putin, Salvini, etc, no puedes evitar pensar que la política se está degradando. Pero siempre se está degradando. A los que tenemos cierta edad, siempre nos da la impresión de que los tiempos pasados fueron mejores y eso solo es otro sesgo cognitivo. El sesgo nostálgico, me suena que se llama. Así que mucho cuidado con la nostalgia, no te fíes de ella: es una trampa para el pensamiento. A veces mortal.