Borges tiene dos cuentos basados en una pregunta: ¿y si la vida de cada persona se justifica solo por un hecho muy concreto de su biografía? Frente a lo que después diría Andy Warhol: “Todo el mundo tiene derecho a quince minutos de fama”, el argentino se preguntaba lo contrario: ¿y si tenemos que estar atentos porque habrá un momento que tendremos que aprovechar para darle sentido a toda nuestra vida?

Para desarrollar el concepto y demostrar que era un divertimento, Borges se inventa en Biografía de Tadeo Isidoro Cruz la vida de un personaje ficticio que, en ese cuarto de hora clave, ayuda a otro personaje ficticio, Martín Fierro, protagonista de un poema que es la gran narración clásica argentina, casi casi como el Quijote por estos lares.

La idea es sugestiva. Imaginen que salvan la vida de alquien que después es un nuevo Einstein (ojo, que también puede ser un nuevo José María Aznar), o prestan a un amigo un libro que le inspira para escribir una de las grandes novelas de todos los tiempos.

Un ejemplo: Las señoritas de Avignon -que, como se sabe, ni eran señoritas ni de Avignon-, el célebre cuadro de Picasso. Suponemos que alguna de las prostitutas que se ven en él dirían a sus amistades: “Esa soy yo”, y ahora resulta que sus retratos son inmortales.

Pero mi historia favorita es la de Zdenek Spicka: un checo, emigrante en Suiza, que en 1971 va a un concierto de Frank Zappa en el casino de Montreux, frente al lago Lemán. Spicka lanza una bengala -la trae de casa o la ha robado allí mismo- con tan mala suerte que le da al techo del casino, que arde de arriba abajo. Hasta aquí, gamberrismo y destrucción. Pero Spicka tiene la suerte de que al otro lado del lago, viendo el concierto, están los componentes de Deep Purple, que flipan con el incendio y lo cuentan -llamando, de paso, “estúpido” al pirómano- en una de las canciones míticas de la historia del rock... Estén atentos a su momento mágico; incluso haciendo una imbecilidad, puede ser el que dé sentido y proyección a sus vidas.