Rajoy dijo que “el martilleo en televisión de los casos de corrupción del PP” había sido la causa principal del desastre de su partido en las elecciones municipales. Y, claro, el personal se enfadó: “O sea, que lo malo no es la corrupción, sino que las teles la cuentan...”. Pero eso es no entender que Rajoy no estaba defendiéndose, sino lanzando una consigna. Y funcionó: desde entonces -y por lo menos hasta las elecciones generales-, la corrupción del PP ha desaparecido. No de la realidad -ahí no parece que le moleste mucho a Rajoy-, sino de las teles y la prensa nacional, con escasísimas excepciones.

Por ello, no busquen ahí el escándalo del ministro Soria -no que las eléctricas se estén forrando gracias a él y a nuestra costa, que ésa es otra, sino sus vacaciones en Punta Cana, a 70 euros por noche en una suite que cuesta más de 1.300...-.

No esperen tampoco que en las tertulias se hable del padre de Rajoy, atendido en la Moncloa con fondos públicos en un país con 417.000 dependientes en lista de espera.

Ni busquen, que no lo encontrarán, el increíble caso Morenés, cuyo ministerio de Defensa concedió, en sus tres primeros años de mandato, contratos por 17 millones a la empresa de armas de la que era consejero.

Y qué decir de la confesión de Francisco Correa sobre la financiación ilegal del PP -tan parecida a ésa de Convergencia de la que se habla a todas horas-, de la que solo nos han informado en forma de entrevista-desmentido-patético al ministro de Justicia.

Y, claro, si silenciamos cosas como ésas, ya casi es peccata minuta no decir ni mu del pucherazo con los emigrantes, para evitar que casi dos millones de españoles -cabreados con el Gobierno que les ha obligado a irse- voten en las generales.

Cuando para saber algo de todas estas noticias en una tele o en el papel solo se puede recurrir a El Intermedio y a El Jueves, está claro que la labor informativa de los medios presuntamente serios es un chiste. El martilleo ya no se oye. Rajoy duerme tranquilo.