no entiendo a la gente que no quiere religión en las aulas, con lo útil que sería en estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. No adoctrinamiento, proselitismo ni catequesis, claro está, sino religión. Para que la chavalería crezca sabiendo todos los disparates, golfadas y crímenes que puede cometer quien se autoproclama poseedor de la verdad revelada.

De cómo los griegos y los romanos -más por superstición que por tolerancia- sojuzgaban cada pueblo que podían pero respetaban a todos los dioses, hasta que el emperador romano se hizo cristiano, implantó el Dios único y comenzó la cacería que aún perdura.

De cómo aquello -si solo hay un libro verídico sobran todos los demás- llevó a Europa al marasmo de la Edad Media, al retroceso absoluto de la ciencia y el saber -¡la Tierra volvió a ser plana, algo que habría hecho carcajearse a un griego del III a.C.!-.

De cómo, para defender la única verdad, la Verdad, nació el concepto de Cruzada, de Guerra Santa -¡Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos!-, que tan rápido y a gusto copiaron los fanáticos del resto de religiones.

Y para limpiar el patio, ¿qué mejor que perseguir a otras razas? El Cristo de la cruz no llevaba taparrabos por pudor, sino para no mostrarlo circuncidado como todo hebreo; y, si puede ser, con una melena rubia que no hubo en toda Asia, que se parezca lo menos posible a los árabes y judíos que vamos a machacar.

Y contra el quintacolumnista que quede después de la carnicería, ¿qué mejor que la Inquisición? Y los de enfrente siguieron copiando.

Pero, qué sería una historia sin un apartado estadístico: ¿cuántas matanzas tienen las religiones humanas en su haber? ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos siglos en cuántos países haciéndole la vida imposible a los súbditos -y a las súbditas, que en tantos sitios han sido o aún son poco más que ganado-?

Y cuando los chavales ya sepan lo que deben saber, quizás haya suerte, y quien les intente inocular el virus de la Guerra Santa descubra que es imposible, que están vacunados.