Entre los cientos de sectas culturales destructivas que pululan por ahí -desde los los Reivindicadores Cansinos de la Movida a los Odiadores de Pérez Reverte, pasando por los Solo me Gustan las Series que solo me Gustan a Mí-, hay una que nos da un repelús especial: los Fundamentalistas del Subtítulo.
Podemos entender los subtítulos si eres sordo; si quieres aprender un idioma -gran idea la de la TV5 francesa: cine en francés subtitulado en francés-; si son canciones -aunque es comprensible que Disney doble las de dibujos animados-; e incluso si en la peli hay algún breve diálogo en otro idioma -como el típico de los malotes rusos, alemanes, árabes o de por ahí-. Pero hechas esas lógicas excepciones, a lo demás no le vemos sentido.
-Es que así oyes las voces de los actores.
-Sí, y a cambio dejas de ver la mitad de las imágenes, porque estás leyendo. Y si lees muy deprisa te adelantas, y si vas despacio llegas tarde.
-Es que doblar una película es un atentado a una obra artística.
-Y ponerle frases ahí abajo, no... Además, sé coherente: lee a Dostoievski en ruso o a Grass en alemán, y oye a la vez la traducción con auriculares...
La gran tropelía de los Fundamentalistas del Subtítulo, su hazaña cumbre, fue hacernos creer muchos años que La vida de Brian había que verla en versión original, y sí, nos reímos con ambas versiones, pero con la doblada además vimos la peli y reímos los chistes cuando tocaba, no antes ni después.
Y volvieron a la carga -con mucho menos éxito- con La pasión de Cristo. “Es que está rodada en arameo”. ¡Hombre, nuestro sueño de juventud, una película en arameo...!
Y no crean que esa secta se ha disuelto. Por ahí siguen sus miembros, mirando al resto de mortales por encima del hombro de su superioridad cultural y esperando otra ocasión para obligarnos a leer alguna película, como si un cine fuera un karaoke.