"Es mío". A los niños, cuando van a la guardería o inician su camino en la escuela, entre las primeras cosas que se les enseña es a compartir, a dejar juguetes y cuentos, a renunciar un poquito porque aquí hay más niños como tú y para todos debe llegar. El sentido de la propiedad, quizás, es una de las alertas que antes se nos encienden y que más tarde se apaga. Probablemente es un resorte que tiene que ver con la supervivencia, con el acopio para cuando vienen mal dadas. Alguno está dispuesto a quedarse con todo hasta el final. Primitivo para siempre. "Mi tesoro". Uno de los personajes importantes de El Señor de los Anillos y El Hobbit, las historias fantásticas de J.R.R. Tolkien, susurraba amorosamente y acariciaba su anillo. ¿El objeto le volvió loco o la locura era la veneración ciega de su tesoro? Querer poseer algo con desmesura suele terminar mal, dice la moraleja. "Eres mío". "Eres mía". La propiedad cuando se habla de personas no es que suene fatal y horrible, sino que lleva consigo ruido de cadenas, sometimiento, esclavitud. Y esto es anulación, imposibilidad de decidir, explotación... No hay nada peor si se sigue por esa senda. Tampoco hay que irse muy lejos en el espacio y en el tiempo para ver hasta dónde se puede llegar para querer ejercer esa enferma, inmoral y antinatural postura de sentirse propietario de alguien y hacerlo ver. "¿De quién son esos niños?". Se preguntaba cuando se le quería poner nombre y apellidos a aquellas criaturas que andaban enfrascadas en alguna andanza poco afortunada y para la que era necesaria la comparecencia de algún adulto que contuviera el incidente. No se buscaba un propietario de la muchachada, sino un responsable. Aunque probablemente sólo sea cuestión de esperar, que estos tiempos están encaminados a sacar lo peor de nosotros mismos, no conozco a nadie que se sienta propietario de sus hijos o que, por lo menos, se manifieste así. Pensarlo, resulta cuando menos peculiar y, siendo optimista y compasivo, quizás tenga tratamiento individual desde la autorreflexión, haya entonces mejora y cura tal vez. Decirlo, defenderlo con esta vehemencia ciega, tiene que ver con la pobreza de espíritu, con tipos enrevesados, simples algunos, corruptores del lenguaje, mojigatos inducidos, fanáticos sin duda y peligrosos si se empeñan. Mal educados o educados para la posesión. Necesitados de algún exorcismo. Pasemos.