Que los perros del destino ladran en la noche, eso ya lo sabemos. Y que a veces aúllan, eso también. Eso lo sabe cualquiera por el mero hecho de haber nacido. Acaso no oyes aullar a los perros del destino, Lutxo, le digo. Acaso tú no los oyes como los oigo yo, le pregunto a continuación. Pero él nada. No me responde. De hecho, no está aquí. Está de puente. Se ha ido a Cancún. Es un ente imaginario, es un monigote fantástico, pero el puente no se lo pierde. Eso fue lo que dijo antes de irse. Ni los monigotes se quieren perder los puentes de diciembre. Con lo bien que se está en casa en estas fechas, pienso yo. No obstante, viajar en diciembre es arriesgado.

Te vas a Múnich a ver todo aquello, los maravillosos mercadillos navideños, y cuando intentas volver se ha congelado el aeropuerto. Qué divertido. Cien horas de espera. Suele pasar. Y mientras tanto, un poco más allá, un ejército implacable bombardeando a gente indefensa a placer. El mundo de hoy es así. No obstante, los mercadillos navideños solo son eso, mercadillos. Pero tienen mucho encanto. Están las canciones populares, las luces de colores. En fin.

Que no nos falten nunca canciones populares y luces de colores: ese es mi buen deseo de hoy, por ser hoy. No obstante, los perros del destino ladran en la noche. Y a veces aúllan. Y ahora están aullando como lobos desesperados. Y los estamos oyendo. Pero claro, el mundo de hoy es así. Ni siquiera los países amigos y vecinos dan cobijo a los palestinos. Ni siquiera sus propios hermanos de sangre. Ahí pasa algo raro. Estamos todos mirando como los bombardean sistemáticamente día tras día y, al parecer, nadie puede hacer nada. Se dicen cosas por la radio y no se hace nada. Se deja que siga. ¿El mundo de hoy es así? Y entonces el mundo de mañana por la mañana, ¿cómo será? ¿Mejor? Cada vez que alguien pronuncia la palabra justicia deberíamos echarnos a llorar.