a huida de Juan Carlos, cercado por las investigaciones judiciales e informaciones periodísticas sobre sus andanzas personales y su implicación en posibles casos de corrupción, es apenas un parche de emergencia para salvaguardar los últimos restos de un régimen político, el del 78, en una decadencia difícilmente ya reversible. A la huida le llama ahora el periodismo bienpagado de Madrid viaje privado de ida y vuelta. Pero la realidad es otra. Nos toman por tontos, pero no somos tontos. Tampoco somos ni súbditos, ni vasallos ni cortesanos como quienes están intentando a la desesperada apañar la imagen de Juan Carlos y de la Monarquía representada ahora por si hijo Felipe VI. Somos ciudadanos y en un sistema democrático tenemos el derecho a saber la verdad con todas sus implicaciones y consecuencias. Por ejemplo, saber dónde está, cómo ha viajado, cuánto cuesta el viaje, qué ocurre con esos cientos de millones que suma su herencia, de dónde han salido. No nos importan sus devaneos sexuales con una u otra mujer, más allá de la penosa imagen que traslada del Estado y de la sociedad a la que ha representado años como máxima institución de ese Estado. Nos importa y mucho el origen de ese enriquecimiento desmesurado en función de su cargo de responsabilidad pública como jefe del Estado. Es un parche de emergencia y además inútil, porque esa huida difícilmente cubrirá con seguridad el futuro de Felipe VI y de la Corona. Las investigaciones periodísticas ya le han incluido en los mismos lodos que han llevado de viaje por la puerta de atrás a Juan Carlos y si la investigación judicial sigue, el hijo volverá a salir retratado y posiblemente salpicado. Ese es el problema. En este tiempo en el que el Estado español afronta una crisis, ya sistémica, institucional, socioeconómica, política, territorial y ahora también sanitaria, la elite de privilegiados cortesanos -financieros, empresarios, magistrados, periodistas, políticos...- insiste en mirar para otro lado, no hacer nada y lanzar proclamas vacías de verdad y de realidad. Viven, hablan, escriben, sentencian y dan lecciones de espaldas al pueblo. Peligrosa puerta abierta a los fanatismos. En este contexto nadie tenemos el futuro seguro. Tampoco Felipe de Borbón. Sin una apuesta regeneradora de todas las estructuras del Estado -incluida la monarquía parlamentaria si así lo deciden los ciudadanos-, en lugar de una defensa bochornosa y berlangiana de lo que ya no tiene viabilidad, todo acabará peor que mal. O quizá son esos cortesanos los más dispuestos a sacrificar la Corona para seguir siendo cortesanos.