"e duele en el alma no poderles haber salvado la vida. Ojalá yo hubiera estado en ese momento junto a ellas de la mano y morir juntas... Pero eso no pudo ser porque Tomás quería que sufriera buscándolas sin descanso y de por vida". No puede ser más sobrecogedora la carta que difundió ayer Beatriz Zimmermann, la madre de las niñas Anna y Olivia tras conocerse que el padre de las criaturas, Tomás Gimeno, las mató y las lastró en el mar. Los expertos en violencia vicaria explican lo inexplicable, que cuando un agresor no puede mantener el control sobre su pareja pero sí sobre sus hijos los transforma en objetos para continuar a través de ellos el maltrato. Es terrible pero es así. El agresor buscaba una condena de por vida, culparla por no estar junto a ellas, que es otra forma más cruel si cabe de matar. Y una se pregunta hasta qué punto ese maltrato, ese castigo a la persona con la que has compartido un proyecto de vida, esa necesidad de destruirla, es más potente que el amor que sientes por tus hijas. Y cómo las habría utilizado, una y mil veces para chantajearle a ella, y cómo se daría cuenta seguramente Olivia con seis añicos de muchas de las cosas que ocurrían... Y también te preguntas qué diablos pasa por la cabeza de estas personas, machistas y maltratadoras, que no enfermas, cuando miran a sus hijas a los ojos antes de quitarles la vida e introducir sus cuerpos en bolsas de deporte. Seguramente es la puerta que ha dejado abierta la Justicia y las instituciones para que muchos maltratadores sigan en contacto con su víctima y haciéndole daño. La respuesta de la madre nos deja más heladas si cabe: "Deseo que la muerte no haya sido en vano".