a alfombra roja por la que el pasado sábado desfiló lo mejor del cine español camino de los Goya en una gala marcada por el reencuentro y los abrazos, tan esperados y sanadores, es de alguna manera la alfombra roja de la vida por la que desfilaremos todos y todas hacia la nueva película que estrenamos esta semana, sin restricciones para abrazarnos cara a cara. Había ganas de fiesta y de celebración, tras dos años de parón y distancia, como hay ganas de vida y de recuperación, dentro y fuera de la pantalla. Los Goya de este año fueron sobrios y medidos, escasos de humor, faltos en algunos momentos de emoción y ritmo, cumpliendo más o menos un guión establecido en el que solo lo imprevisible de algunos galardones se salía de la norma. Será que al cine también le cuesta quitarse la capa de las restricciones, no pensar qué se puede o no hacer antes de hacerlo, dejarse llevar. Triunfó la película que partía como favorita ‘El buen patrón’, y casi todas las que aspiraban a brillar tuvieron su luz, menos el eterno perdedor de Almodóvar, acostumbrado a ganarlo todo fuera para asumir las derrotas en casa. Y fue también la gala del amor, ese amor que hoy celebra su día, al margen de corazones y marketing, el amor incondicional, el que algunos lanzaron hacia sus parejas y que casi todos y todas las que tomaron la palabra lanzaron hacia la profesión a la que se deben, el cine, ese arte esencial para la vida, como la cultura, como el amor.