ónganse en su piel. Vives al este de Europa, tienes un trabajo y una vida tranquila pero de la noche a la mañana se rompe tu sensación de seguridad y calma. Sientes pánico porque tu vida está en peligro. Dependes de que un misil pueda caer en tu casa o en el colegio de tu hijo. Victoria Paranomova vive en Chervigov, a 140 kilómetros del norte de Kiev. Es profesora de inglés y conoce bien Pamplona como monitora de niños que vienen de Ucrania a pasar el verano con familias de acogida. La noche de anteayer es difícil que la olvide. Se despertó al escuchar varios disparos pasadas las seis de la mañana.. "La gente sale a la calle y trata de alejarse de los edificios", admitía esta mujer mientras preparaba su sótano para dormir ayer más segura. En Járkov los niños se despertaron a las cinco de la madrugada por los bombardeos en el aeropuerto militar. El de ayer fue un día tan triste como inverosimil. Países supuestamente desarrollados que en realidad retroceden en la protección de los derechos humanos. Como si ninguno de los organismos internacionales o europeos creados desde la II Guerra Mundial hubiera servido para nada, ni la política ni los avances tecnológicos tuvieran ningún sentido. Un dictador destruye bases militares y aeropuertos, se lleva por delante la vida de personas y amenaza con pulsar el botón rojo (Rusia exhibió cinco días antes sus misiles nucleares con Putin dirigiendo la operación a través de una pantalla). No es un videojuego. Ni la guerra fría de la carrera armamentística y el terror nuclear. Ocurrió ayer en Ucrania. ¿De verdad creen que sólo hay un culpable? ¿Que ese tipo de misiles no pueden salir de otras bases militares?