Vivimos en un mundo que se integra con rapidez y cuyos territorios son interdependientes entre sí. Pero, a la par de ello, resulta preciso que cada sociedad cuide su legado cultural previo. Eso tiene también un reflejo simbólico. En nuestros ayuntamientos ondean, junto a la bandera de la localidad, las de Navarra, España y Europa, en referencia respectivamente a esos diversos ámbitos.

El Diccionario de la Real Academia Española define al vasquismo como el “amor o apego a lo vasco”. El término españolismo lo explica de igual manera, solo que referido a ese otro ámbito. Se trata de dos actitudes totalmente compatibles entre sí. En realidad, lo mejor de todas las culturas del mundo resulta conciliable. Es cierto que los partidos políticos con representación en el Parlamento de Navarra tienen una posición diferenciada respecto al euskera. Por ejemplo, en el caso del PSN, UPN, PP o Ciudadanos, no figura ni en la denominación del partido, ni en su página web o publicidad. Por su parte, Geroa Bai, EH Bildu, Podemos-Ahal Dugu o Izquierda/ Ezkerra, sí lo utilizan. Por eso, empleo la expresión vasquista para referirme a estas cuatro últimas fuerzas políticas.

La mayoría de la población, en muchos municipios de la Montaña y Zona Media, considera también como propia a la cultura vasca. Debido a ello, si los respectivos ayuntamientos así lo acordaran, es necesario que pueda hacerse visible esa dimensión. Porque los elementos simbólicos contribuyen a la permanencia de las sociedades y los grupos.

Hoy, en la práctica, ninguno de los partidos políticos pone en duda que, dentro del mapa autonómico, nuestra tierra debe continuar siendo una comunidad diferenciada. Se ha llegado a este resultado de un modo gradual. El hecho de que el año 2016 fuera incluido en el logotipo del Gobierno de Navarra también el euskera, de forma definitiva, produjo finalmente en muchos un sentimiento de aceptación y pertenencia plena.

Pero, además de eso, una parte de la sociedad desea también un ámbito cultural compartido con la Comunidad Autónoma Vasca e Iparralde, dar visibilidad a ese espacio al que damos el nombre de Euskal Herria. Esto resulta comprensible, de la misma forma que el concepto de Hispanidad está presente en diversos ámbitos institucionales españoles, sin que ello signifique injerencia alguna en la política de los estados soberanos de América. Para la pervivencia de una sociedad es importante la imagen y más aún en un mundo tan integrado y cambiante como este.

El espacio vasco tiene su correlato simbólico. La ikurriña está considerada por los propios interesados como la bandera de todos los vascos. Además de ser la enseña oficial de Euskadi, ondea también en los ayuntamientos del País Vasco-francés. Pero, como sabemos, en los de Navarra está prohibida y algunos de ellos han tenido que pagar multas por ponerla. Se trata de algo impropio de una democracia. Son las dictaduras las que imponen sus pautas, en contra de los deseos de la mayoría de la población. Mientras tanto, en numerosos ayuntamientos de toda España se colocan pancartas que incluyen banderas (como la de Ucrania o la LGTBI), sin que eso produzca, lógicamente, consecuencia alguna.

Todo ello, en parte, es también por culpa de los partidos vasquistas de Navarra. Tendrían que haber trabajado en común para encontrar fórmulas jurídicas que permitieran la exhibición de la ikurriña. Porque, a título de ejemplo, una cosa son las banderas que ondean en los mástiles y representan una dimensión institucional y otra diferente una placa o pancarta colocada junto a ellas (donde podría representarse la bicrucífera).

Resulta evidente la persistencia del problema. Este verano solo unos pocos ayuntamientos han colocado la ikurriña. En otros estaban presentes únicamente las banderas oficiales, pero de mala forma. Hay localidades donde, en el momento en el que se echaba el cohete de las fiestas patronales, han mantenido todas las banderas enrolladas. En otros ayuntamientos están tan estropeadas que parecen harapos (lo hacen de forma deliberada, a modo de protesta). Incluso hay alguno donde las banderas no están en los mástiles ordinarios, sino en otros pequeños y pegados a la fachada, para que se vean lo menos posible.

Hay que actuar de forma racional y acorde con una sociedad democrática, permitiendo que las diversas sensibilidades puedan expresarse, máxime si cuentan con el apoyo de la mayoría en esa población. Mejoremos la convivencia. Hace dos milenios, en estas tierras se hablaba euskera y latín. Podemos estar orgullosos de mantener, tanto tiempo después, los idiomas derivados de aquellos. Asimismo, de realizar una aportación personal para que nuestro rico legado cultural persista en el futuro.